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Llegó cargada del supermercado con bolsas llenas de pañales, toallitas húmedas y leche en polvo, ya que desde el principio su bebé se había negado a cogerse al pecho. Los gatos callejeros, uno blanco y negro y el otro rubio, se la quedaron mirando y maullaban. "hubiera sido más fácil cuidar de un gato".
Entró en casa y dejó las bolsas en la mesa del comedor, miró al rededor y resopló. Jamás había tenido la casa tan descuidada. Desde que tuvo a su pequeña, le dedicaba casi las 24 horas del día. Su novio la había abandonado al enterarse de que estaba embarazada, su madre murió hacía unos años y su padre solo se llevaba bien con una botella de Jack Daniels.
Recogió un poco, pero enseguida tuvo que preparar un biberón porque la niña rompió a llorar con la contundencia habitual; se ponía muy nerviosa cuando lloraba así y lo hacía muy a menudo. La pediatra le había dicho que era un bebé de alta demanda, que su cerebro se desarrolla más rápido de lo normal y demanda estímulos y más presencia de los padres, que era totalmente normal pero eran niños agotadores, "estupendo, lo que me faltaba..." había sido su pensamiento al oír esas palabras.
Se calmó un breve espacio de tiempo y volvió a llorar, y continuó toda la noche.
Por la mañana se levanto temprano, sin apenas haber dormido más que los breves espacios de tiempo que la pequeñina se había quedado traspuesta. Tenía que ir a la oficina de la seguridad social a inscribir a la niña. No estaba muy lejos y tenía cita previa, no estaría mucho fuera de casa, así que decidió dejar a la niña sola. En el camino de vuelta, los gatos callejeros la saludaron con un maullido.
Cuando entró en casa, la niña estaba fuera de si. La cogió en brazos, la meció, le dio biberón, pero no se calmaba. Se quedó pensativa, ajena a todo. Sus ojos perdieron el brillo natural. Cogió una bolsa de basura y metió a la niña dentro, bajó a la calle y la tiró al contenedor. Enterró a su niña entre las otras bolsas de basura y lo cerró.
Los llantos de la niña llegaban amortiguados, los gatos que por allí merodeaban maullaban, no se distinguía quien era quien, "hay que ver cómo se parece el llanto de un bebé al maullido de un gato" pensó. El camión de la basura no tardaría en llegar. Se fue a casa y ya se oía la señal acústica de marcha atrás; era una estrecha calle sin salida.
Se puso a la altura del contenedor y el operario lo movió para fijarlo en el anclaje del elevador. Los gatos maullaban, la niña lloraba y no se distinguía quien era quien. El operario apretó un botón y el elevador subió el contenedor para volcar su contenido. Los gatos maullaban, la niña lloraba y no se distinguía quien era quien. Una vez volcado, lo bajó y lo arrastró a su sitio, para acto seguido volver a subirse al camión hacia el siguiente contenedor.
Los gatos maullaban, la niña lloraba y no se distinguía quien era quien.
Se subió al camión y se fue a seguir su ruta. Silencio roto por los maullidos de los gatos, que parecía que lloraban por la niña abandonada.
Preparó un biberón, aun fuera de sí, para la siguiente toma. No quería tener que prepararlo con la niña llorando, "que tranquilidad, esta noche podré dormir".