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Date: 2023-02-19
Dentro de todas las polémicas relámpago que hay diariamente en la red social del pajarito, hubo una en particular que me dejó pensando...
Para lxs ajenos al chusmerío local argento, Evangelina Anderson y la familia volverion a radicarse en el país, por cuestiones laborales de su marido (Martín Demichelis, DT de River Plate). Entre todo el bolonqui de la mudanza Evangelina se puso a buscar colegio nuevo para los nenes, y surge como candidato el Northlands School.
Northlands es un colegio bilingüe cheto chetísimo de Olivos. Y como uno esperaría no puede entrar cualquiera, aparentemente. Anderson publicó indignada en sus redes los requesitos para matricular alumnos nuevos, entre ellos una foto de la familia del aspirante (what) y por lo menos 2 cartas de recomendación (????) de familias ya pertenecientes al colegio.
Ni falta hace que cuente el revuelo de gente estupefacta e indignada (entre las que me incluyo) que causó ese post en tuiter y otros, ni tampoco es de lo quería hablar. Creo que cualquiera con dos dedos de frente (o que tiene alguna idea de como se manejan las instituciones educativas) se da cuenta lo discriminatorio que son esas prácticas de los dichosos colegios de élite. Me parece que no hay mucho que debatir por ahí.
Lo que me dejó picando fue la curiosidad de saber cómo se veía un colegio TAN prestigioso como para pedirte recommendation letters. Así que googleando entré en la página oficial de la escuela. Leí, vi fotos, vi su video institucional. A primera vista es todo divino, pipí cucú.
Y me pasó algo rarísimo, algo que no me pasaba hace tiempo y que sinceramente me da vergüenza contar. Me dio envidida. Sentí como si me hubiera transformado en esa caricatura que manejan ciertos personajes indeseables, cuando se refieren a lxs pobres como criaturas resentidas, envidiosas del éxito del rico.
Me dieron envidia esas aulas preciosas, llenas de muebles nuevos, bien iluminadas y seguro calefaccionadas. Las canchas enormes. El auditorio, la hermosa fuente frente a la entrada. Pero lo que me mató fue lo que parecían ser salas de educación plástica, totalmente equipadas.
Estas vacaciones estuve dando talleres de plástica para niñxs en la casa de la cultura de mi municipio. Son gratuitos y ni siquiera les pedimos útiles porque estamos conscientes de que muchxs no se lo pueden permitir, pero la verdad confieso que tenemos que hacer malabares con el tema de los materiales. Y sin contar que a veces hay que compartir el espacio.
La gran mayoría de mis formadores (en la UNT y en la Esc. de Bellas Artes) me inculcaron el arte de hacer mucho con poco, a veces sin gastar un mango. Y siempre estuve orgullosa de eso, de nuestra capacidad de producir obras usando lo que sé que mis alumnxs tienen a mano en sus casas.
Pero, ay! Ver una muestra superficial de lo que ofrecen esos colegios me despertó un sentimiento feísimo. Una envidia tremenda a esxs niñxs de uniforme. Por qué ellxs tienen de todo y mis alumnxs poco y nada? Para mis chicxs tuve que improvisar unas paletas para la témpera hechas de bandejas de telgopor, que tengo que lavar después de cada clase. Usan lápices de colores viejos que fui juntando a lo largo de los años. Pintan sobre papel de resma, a veces nuevo, a veces usado, pero que siempre se encomba con la pintura...
Y no quiero renegar de lo que tenemos. Porque con poco hacemos un montón. Lo material no siempre es excluyente para que la experiencia artística sea provechosa. (Pero cómo me gustaría que mis alumnxs pudieran estar en ese estudio, cada unx con su paleta, sus acrílicos y sus pinceles nuevos...)
Odio la gente que se hace la madre teresa salvadora de los pobres, pero igual, yo quisiera darles de todo. Y todo no se puede. Me conformo con darles atención y cariño dentro de mis posibilidades. Y que disfruten jugando y descubriéndose como artistxs.
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