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Tierras lejanas, de otros mundos, recuerdan tiempos pasados. Inmensas sabanas al Sur que dan paso a enormes junglas de extraña vegetación al Este, que por algún motivo me es familiar. Al Norte el gran desierto de piedra, desolado, agreste y delincuente, y al Oeste la gran llanura, verde, limpia y acogedora.
Me es encomendada una misión que desconozco. Para ello he de hacer uso de un objeto que alguien deja para mí en el pórtico de mi puerta: una Salamandra gigante, naranja, con manchas pardas y un papiro enrollado con una cinta roja.
Debo abandonar mi hogar, así que me pongo en marcha. A un par de kilómetros, a la salida del municipio que me vio nacer, se unen dos personas que no conozco y que no soy capaz de discernir. Sé que están ahí por el mismo motivo que yo, está bien, caminemos juntos y sigamos la senda que indica el pergamino que acompañaba a la Salamandra naranja, en el que figuran, además, las instrucciones del viaje que nos espera.
Llevamos todo el día caminando. No sabemos dónde tenemos que ir, aunque de alguna manera lo sabemos. Se hace de noche rápidamente. Decidimos buscar cobijo para pasar la noche. Uno de mis compañeros de viaje señala en silencio un pequeño claro en el frondoso bosque en el que nos encontramos. Se entrevé un pequeño hogar de cuya chimenea sale humo; está habitada. Con precaución nos acercamos a la casa de madera. Pertenece a un mago o un duende o similar. No creía que existiera ese tipo de seres épicos, pero no me coge por sorpresa.
Para cumplir la misión asignada el habitante de la casita del bosque nos tiene que ayudar a descender al inframundo. No se muy bien por qué lo se, pero lo se. El pergamino dice: “Asómate a la mirilla y luego espera que se abra la puerta”, así que me dispuse a mirar por la mirilla. Para mi sorpresa, vi un ojo que también me estaba mirando desde dentro. Me aparté del susto, pero volví a mirar. De nuevo el ojo.
Llamé a la puerta y tras unas frases en un idioma que no conocía la puerta se abrió y el habitante nos dejó entrar; un ser viejo de mediana estatura, ropajes extravagantes y raídos, gran barba y tez arrugada. Se apoyaba en un bastón hecho con una rama nudosa de alguno de los árboles del denso bosque.
Le pedí ayuda, y me preguntó dónde tenía el talismán. Le enseñé la Salamandra y el viejo asintió y me dio un bote con una sustancia azul brillante.
Fundido a blanco que se difumina poco a poco. Me hallo de repente solo ante un gran rascacielos en una ciudad cualquiera. Parece estar deshabitada, no se oye actividad de vida. Miro hacia arriba, es muy alto. Empiezo a recorrer hacia abajo el edificio, pero la vista no para al llegar al suelo. Cambio a vista subjetiva que atraviesa el suelo, los cimientos y el subsuelo. Allí una inmensa explanada de piedras, oscuridad, y al fondo una especie de escenario en llamas con un ente espectral también en llamas, cual demonio, dirigiéndose al numeroso público de seres parecidos (aunque más pequeños y sin llamas) que vitoreaba y aplaudía.
Se dirigía al público con creciente fervor, cual Hitler en uno de sus discursos de odio. No entendí que decía pero sus gestos y sus frases parecían amenazantes. Yo estaba disfrazado como aquellos seres y me mezclé en la multitud. De repente, el locutor soltó un sonido gutural ensordecedor y dejó de hablar. La multitud formó en filas y empezó a marchar en orden militar.
El ruido de miles de pasos al unísono daba miedo y el suelo temblaba a su paso. Se metieron en un gran edificio y me uní al ejército de seres, al final de la falange. Alguien observó mi jugada y mirándome con mirada recelosa se me puso detrás. No quería tener a nadie detrás sin poder ver que pasaba, así que al doblar una esquina de un pasillo me metí en unos ¡¿lavabos públicos?! y lo perdí de vista.
Había alguien en el lavabo, así que tuve que disimular que hacía mis necesidades (si es que esos seres hacen sus necesidades). Al querer tirar de la cadena, me percaté de lo extraña que era. Una consola con varios botones iluminados y sin orden aparente, juntos unos con otros, y yo no sabía cual pulsar, debían haber unos 50. La presencia que detecté al entrar sacó un tentáculo lleno de dedos y apretó una combinación de botones a toda velocidad para tirar de la cadena, me miró y me hizo una señal para que lo siguiera.
Fundido a negro esta vez y difuminado a la luz del Sol del verano. De nuevo me hallo de repente en un paseo marítimo de cualquier costa mediterránea. El ser que me encontré en el lavabo se acercó y sin hablar me dijo: "Te ha costado mucho entrar" y yo le respondí sin hablar: "¿Trabajas para Vera?" y ella asintió con la cabeza mientras sonreía; me di cuenta que era una mujer, no se como lo se, pero lo se.
Miré hacia el mar y vi sentados a todos los compañeros que tuve de voluntariado en una organización socorrista, a Lex Lutor, Coto Matamoros y a Povedilla, de los hombres de Paco. Mientras sentía melancolía por los tiempos vividos en el voluntariado, el ser del lavabo me cogió del brazo y tiró de mi hacia la rampa que comunica la playa con el paseo.
Cuando empezábamos a subir me desperté. "Mierda, suena el despertador: las 6:10, tengo que ir a trabajar".