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Simplemente lo oía, no sabía cómo ni por qué, pero sucedía. Había empezado hacía muy poco tiempo, pero ya era como si hubiese nacido con ello.
Trabajaba como guardia de seguridad en el metro de una ciudad que cada vez crecía más, y que hacía tiempo que había dejado de ser aquella pequeña pedanía de su infancia.
Era guardia de seguridad más por casualidad que por devoción. A su edad y con sus escasos estudios no lo querían en ningún sitio, así que un día vio un anuncio en el periódico y llamó. Sin saber muy bien cómo, ahora trabajaba en hora punta en la linea 3 del metro.
Se subió al primer vagón, que era el que estaba más cerca de las entradas al andén, así podía controlar quien llegaba a la estación. Era curioso que con el paso del tiempo, siempre acababa viendo a la misma gente; se sabía los horarios de trabajo de muchos pasajeros.
Un día de primavera sucedió. Unas voces en su cabeza empezaron a cuchichear. Se asustó. En algún sitio había leído que ese era un síntoma de esquizofrenia, aunque también había leído que era uno de los síntomas que podían darse en un tumor cerebral. Joder, debería dejar de leer esas mierdas, pero le gustaba aprender cosas, aunque luego no le sirvieran de mucho.
Pasado el susto inicial, prestó atención a esas voces y se dio cuenta de que eran coherentes. Miraba a su alrededor y poco a poco, fue dándose cuenta de que las voces coincidían con las circunstancias de los pasajeros, ¿podía oír sus pensamientos?. Día tras día fue mejorando su "don" hasta que aprendió a focalizarlo en la persona que quería, aislando al resto de voces. Solo le sucedía en el metro. Así pasaba su jornada laboral, cotilleando en la mente de las personas.
<Que zapatos más bonitos tiene esa chica, ¿donde los habrá comprado? Seguro que a mi me quedan mejor>
<... El gato que está triste y azul nunca se olvida que fuiste mía...>
<A ver como me las apaño esta tarde. No se que coño se ha pensado el mierda ese, ni que fuera el puto Rey y nosotras sus criadas, ¿y el gilipollas de seguridad que mira tanto?>
Apartó la mirada de la vagabunda que tenía al fondo a su derecha. A veces tenía miedo de que lo descubrieran, pero luego se relajaba y pensaba que eso era una idiotez, nadie sospecharía nunca nada. Pero lo que de verdad le atraía eran las historias. Como siempre coincidía con los mismos pasajeros, empezó a oír sus mentes día tras día.
<No le importo a nadie, seguro que si no estuviera nadie se daría cuenta. ¿Por qué soy así, por qué no puedo ser normal como aquella chica o aquella otra?>
"Vaya la chica del lazo azul hoy ha recaído."
Ponía un nombre a la gente que había empezado a escuchar. Elegía algún rasgo distintivo del primer día que empezó a oírlas. En este caso, la joven llevaba un lazo azul en la cabeza el día que empezó a escuchar su mente.
<Me voy a quedar sola, sin nadie que me quiera. Seguramente seré como esas viejas locas que tienen 10 gatos. No, por favor, no quiero acabar así>
La chica del lazo azul le daba lástima. Era guapa y la adolescencia estaba transformando su cuerpo de patito feo en cisne. Debía ser inteligente porque siempre leía libros de autor, pero su autoestima era pésima. Le daban ganas de acercarse y decirle que no se preocupara, que podría tener al chico que quisiera, que todo esto era una fase por la que todos hemos pasado, y que si un día faltase, mucha gente la iba a echar de menos. Pero que esta fase se le pasará, que confiara en ella misma. Pero no podía delatarse, además pensaría que era un loco y echaría a correr, así que permanecía en su puesto como cualquier otra persona, ajeno a todo.
Dirigió la mirada a una señora de unos 56 años, "la del ojo morado".
<Empieza el fin de semana. Todas las semanas igual. Dios, ¿que he hecho para merecer esto?, ¿por qué me has dado un borracho violento como marido? Llegará a casa como una cuba y volverá a pagarlo conmigo. He de hacer algo.>
La del ojo morado recibía palizas del patán de su marido alcohólico todos los fines de semana. A veces entre semana también.
"Mira, hoy ha venido la de las botas altas".
Esta chica no era de las periódicas, venía irregularmente. Era muy atractiva y él se asomaba a su mente más de manera erótica que por curiosidad.
<No es que me vea de administrativa para siempre, pero un curro es un curro —Ya es primavera en el corte inglés— Ahí sí que se tiene que currar bien. A ver si tengo suerte y me dan el curro —Con un 5% TAE desde el primer año— ¿que coño será eso del TAE que leo siempre en los anuncios de bancos?>
“La pobre sigue buscando trabajo, debe ser nefasta trabajando, porque buena apariencia física tiene; en fin. Vaya, el amigo de los pantalones de pana. A este no se cómo pillarlo, no acabo de saber cual es su historia.”
<Hoy me como el bocata en la Plaza Mayor. Parece mentira que aun no se haya dado cuenta, no es tonta, ¿o quizá lo sabe y disimula?>
"Y por último, a ver que se cuenta el dandy...".
Era un hombre infiel de unos 50 años, muy elegantemente vestido. Cada semana se hacía a dos o tres chicas diferentes.
<Uff, me pongo enfermo solo con pensarlo. Esa jovencita, Eva, está de muerte y no hace ascos a nada. Cuando vea el liguero que le he comprado se le va a hacer el coño agua, mmmmm como me estoy poniendo. Y luego tendré que cumplir con Vanesa, espero que Eva no me deje para el arrastre, he de reservar esfuerzos para mi Vanesa, ese culazo tremendo no puede pasar hambre. ¡Ya podría la frígida de mi mujer ser como alguna de ellas!>
Sin casi darse cuenta había terminado su jornada laboral. Se cambió en el vestuario y al salir a la calle las voces se apagaron.
Aquel fin de semana libró. Solo trabajaba uno de cada seis, y lo agradecía, la gente de diario era más interesante que la de fines de semana, que solo pensaban en ir de fiesta, comer con los suegros, limpiar el coche y poco más.
Llegó el lunes y como cada semana allí estaba aquella gente que ya consideraba parte de su familia. Ninguna serie de televisión le enganchaba tanto como los pensamientos de aquellas personas.
Hoy la del ojo morado parecía estar de buen humor. Hubiera pensado que quizá su marido no la hubiera pegado esta vez, pero su labio hinchado indicaba lo contrario.
<Maldito hijo de puta, ya me has pegado bastante. ¿Creías que la zorra inútil de tu mujer no sería capaz?... jajajaja. Como te retorcías de dolor, eh, cabrón. ¡Muerete envenenado como la rata que eres!>
¿Había envenenado a su marido?, ¿estaba confesando un asesinato desde lo más profundo de su mente?. Se quedó pasmado. Si había matado a su marido debía hacer algo, ¿pero cómo lo podía explicar?. Volvió a mirar a aquella mujer y dejó aparcado su lado de guardia de seguridad por un momento.
"Quizá no haga falta. Ese cabrón se lo merecía y tu ahora vas a ser más fuerte". En el fondo se alegró.
El de los pantalones de pana cada vez hacía peor cara, ¿por qué sería?, lo iba a descubrir ese día.
<¿Cuanto tiempo se puede aguantar así? No es normal esta situación. Seguro que ya lo sabe pero no me ha dicho nada. La excusa de que la empresa va mal y no nos pagan ya no funciona, hemos salido de la crisis. Hoy le diré la verdad, que me despidieron hace meses. Que me despido de ella para ir a trabajar pero en realidad me siento aquí a dar vueltas durante horas. ¡Que vida de mierda, joder!>
Pobre hombre, no entendía por qué no le dijo a su mujer que lo habían despedido. A su edad quizá no le hubieran dado otro empleo y no quiso preocuparla. Él sabía bien lo que era pasar por eso. "Cada familia es un mundo".
<Que no me olvide de llamar a.... ¿Helena?, bueno, que mas da el nombre, esa pibita de la discoteca está pa darle hasta reventar. Qué ilusa mi mujer, mira que creerse que tenía cena de negocios... ¡si desde que me apartaron de marqueting solo reviso pólizas viejas como tu, monja de los cojones, jajajajajaja!. Como esta es nueva tengo que asegurarmela, hoy toca pasar por Svarowsky a comprar una pulsera.>
Sentía asco y admiración por aquel tipejo a partes iguales. Por un lado sentía envidia de sus conquistas, pero por otro la forma en la que trataba a su mujer era despreciable.
Quería pensar que su mujer lo sabía. Al principio se toman medidas cautelosas para que la mujer no se entere, pero poco a poco se baja la guardia y las mujeres no son tontas. Quería pensar que tal vez su mujer hacía lo mismo. Mientras su marido iba a trabajar ella recibía en su cama a un fornido joven con el que dar rienda suelta a sus fantasías eróticas. Le estaría bien empleado recibir su propia medicina.
Pasadas unas horas vio a la chica de las botas. Iba en dirección contraria. Seguramente volvía de alguna entrevista de trabajo.
<No es tan malo, muchas chicas lo hacen, o eso se dice. Pagan bien y el horario es bueno, no es para tanto... ¡pero qué coño estoy diciendo!>
"Qué indecisa es esta chica."
<Además, el hombre no está mal, hacerle una mamada de vez en cuando no es pecado, necesito el trabajo.>
Oh, no. Aquella chica había conseguido un trabajo, para el que seguramente no valía, haciéndole una mamada a su jefe. Parece ser que la leyenda urbana es cierta.
"¡Por Dios chiquilla!, ¿no te das cuenta de lo que va a pasar?. Te dirá que se la comas con más frecuencia y un día irá a más y te llamará a su despacho, cerrará la puerta y te follará encima de su mesa. Cuando se canse de ti te despedirá”. Apartó su don de la chica.
"Que razón tienes, pantalones de pana, la vida es una mierda".
Tuvo que centrar su atención en los pensamientos inanes de la chavalería del vagón para olvidar aquella situación. No vio a la chica del lazo hoy.
Su jornada había terminado. De vuelta a casa, en el autobús, iba mirando las noticias en el móvil. Lo de siempre, casos de corrupción política, aprobación de unos presupuestos injustos, tres muertos en accidente de tráfico, pero una noticia le llamó la atención. Una chica se había quitado la vida en su ciudad tirándose del Puente de los Desesperados. Una foto a pie de noticia enviada a los medios por un transeúnte ocasional mostraba lo que parecía el cuerpo de la víctima. Amplió la foto, y aunque no se veía el cuerpo completo, pudo ver la cabeza, tocada por un lazo azul.
"Oh, chica del lazo azul, tenías un gran futuro por delante, ¿por qué lo has hecho?"
La tristeza lo embargó, se sintió culpable. Quizá debería haber hablado con ella, ¿pero cómo abordar la conversación? quizá la chica pensara que la estaba siguiendo al tener tanta información sobre ella. Se le humedecieron los ojos. “No quiero este don”.
Al día siguiente renunció a su trabajo. Ahora sería como pantalones de pana, o como ojo morado, o peor, tal vez como botas altas, "a malas, podría ser como dandy".