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Cuando nació su hija se despertó en ella un instinto de protección que nunca había sentido, pero sobre todo un amor más fuerte del que había sentido por nadie jamás, incluso por su marido, al que quería con locura. Estaba como una niña a la que le han regalado su muñeca favorita por navidad. Se le caía la baba con su bebé de pocos días, y pese a los lloros y las malas noches que le hacía pasar, estaba enamoradísima de su pequeña.
Ya en casa todo fue más tranquilo. La niña no lloraba tanto, y cuando se la ponía al pecho para mamar, se deshacía de cariño hacia su hijita. "Está para comérsela" le decían familiares y amigos.
Iban pasando las semanas y la niña estaba más tiempo despierta. Ella la cogía y la colmaba a besos y abrazos. La achuchaba hasta que la hacía llorar de agobio. Ese día llegó su madre para ayudarla con las tareas de la casa mientras su marido estaba fuera por trabajo. Hablaron de muchas cosas, pero la estrella del día fue su nieta. "Está para comérsela" decía, y era verdad, era una niña muy guapa y graciosa.
Ya por la noche, la llevó al cambiador, le cambió el pañal que había ensuciado, y una vez limpia, vestida y perfumada, la niña le sonrió. "Mírala, pero qué bonita es, sí que está para comérsela".
Se fue a dormir y se llevó con ella a la niña. La puso entre ella y unos cojines, a modo de colecho, y se durmió abrazándola, "¡pero que guapa eres, hay que te como!". La niña empezó a calmarse, se le caían los bracitos y la cabeza hasta que se acabó durmiendo. Por la mañana, después de que su marido se fuera a trabajar, se despertó; aun seguía abrazada fuertemente a la niña. "Que bien me ha dejado dormir hoy la niña" pensó. La chiquitina parecía profundamente dormida. La soltó cuidadosamente pero la niña no se movía. La agitó para despertarla pero no lo consiguió. La levantó en brazos, cabeza ladeada, piel fría y cianótica. "Oh no, mi niña, noooo". El excesivo amor que sentía por ella acabó matándola. "Está para comérsela" le llegaban las palabras de la gente a su mente.
Llorando con la niña muerta en brazos la llevó al cambiador, la desnudó y la lavó. "Está para comérsela", las palabras llegaban a su mente una y otra vez. "Qué mejor manera de llevarla siempre conmigo". Encendió el horno, hoy comerían carne estofada.