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En aquella época los Dni pasaron de ser una tarjeta cibernética con tu nombre, huella y una foto. El Ministerio del Interior ideó un sistema holográfico mediante el cual aparecía una imagen de alta resolución de la persona, de cuerpo completo, girando encima del dispositivo emisor, un smartwatch el cual era obligatorio llevarlo. El dispositivo guardaba otros datos como altura, peso, edad, sexo, piel, pelo, ojos y antecedentes policiales.
Cada uno se compraba su plataforma teletransportadora, previo permiso sellado y firmado por el Ministerio del Interior. Solo las vendía la empresa Teletrans SA, que se llevó la licitación del Ministerio.
Existían algunas públicas, situadas en las administraciones públicas y lugares de interés, que estaban financiadas por la llamada “Tele-tasa”, un impuesto que se pagaba cuando adquirías una plataforma. Se vendieron como churros.
Fueron muchos años buscando la manera de teletransportarse mediante la descomposición molecular del cuerpo, pero quedó totalmente descartado por la cantidad de errores al componer de nuevo la compleja estructura molecular, así que un joven científico hizo experimentos basados en los arcaicos viajes astrales. Los estudios revelaron que era posible teletransportar la consciencia.
Al usuario le implantaban un dispositivo intradural conectado al sistema nervioso, que se conectaba al smartwatch.
Cuando alguien, que ya tenía su plataforma funcional, quería teletransportarse, solo tenía que conectar el smartwatch a la plataforma para sincronizar su sistema nervioso con la máquina. Una vez sincronizado se elegía el destino en una pantalla táctil. El usuario solo tenía que estirarse en el cómodo sillón y el dispositivo intradural se encargaba de llevar al usuario a un placentero letargo, mientras monitorizaba las constantes vitales del cuerpo durante la teletransportación. De todas las teletransportaciones se guardaba registro.
Cada máquina llevaba un depósito de materia plasmática. Se utilizaba para conformar el "cuerpo" con las características del DNI cibernético del smartwatch del usuario proyectadas en el material, que era totalmente reutilizable. Cuando regresaba de la teletransportación el material plasmático era devuelto al depósito; solo había que cambiarlo cada 2-3 años por la misma compañía que vendía e instalaba la máquina.
Así pues, lo que se hacía era teletransportar la consciencia, los recuerdos, las sensaciones y sentimientos, y depositarlos en el material plasmático; el cuerpo se queda en casa monotorizado.
Esto propuso un beneficio indirecto. El hecho de no ser realmente el cuerpo lo que se teletransportaba, si no que se metía la consciencia en un "contenedor", no existía un cansancio físico, por lo que en ciertos sectores los trabajadores rendían más. Pero la máquina tenía una limitación; se acababa acusando un cansancio psicológico si se estaba muchas horas fuera del cuerpo.
Las autoridades tuvieron que regular por ley las horas límite en que se podía estar teletransportado. Toda empresa que hacía uso de la teletransportación debía adaptar los horarios en función de dicha ley, y para asegurarse de que cumían, toda empresa u organismo oficial debía tener asignado un vigilante del Ministerio.
Esto se solucionó años más tarde al conseguir implementar un sistema temporizador en cada plataforma mediante el cual se hacía regresar automáticamente al usuario de vuelta a su cuerpo.