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Y me desperté y no me gustó lo que vi ni en lo que me he convertido. Asqueada y repudiada por mí misma, decido que hoy marco un punto de inflexión o moriré en el más puro abandono a través de una espiral de autodestrucción.
Hace mucho tiempo, en algún lugar de tantos en mi juventud, existió (y hablo en pasado porque desconozco si aun existe) una persona admirable, de una fortaleza tal que muchos ya quisieran tener. Una persona que, cansada de capotar temporales, colgó el capote consiguiendo superar con éxito su propio infierno.
— Hola Sebas, hazme un café con leche.
— Claro que si, guapa.
Marta se sentó en la mesa de siempre, al lado de la ventana pero alejada de la puerta para estar tranquila mientras leía La Vanguardia y se tomaba su primer café con leche del día. Era ya su ritual; le gustaba el ambiente matutino, el frescor y el silencio de la mañana, los preparativos de la gente para afrontar un nuevo día, y tener una nueva oportunidad de hacer las cosas mejor que el día anterior, o al menos, intentarlo.
Marta era bajita y de una figura envidiable, lo que la hacía muy atractiva. Rubia de ojos color caramelo y labios sensuales, y sobre todo, inteligente y buena persona, lo que hacía que entrara en un amplio abanico de pretendientes. Pero Marta tenía un problema y muy grande: era adicta al sexo.
Es algo que la gente no sabía. De todas formas la ninfomanía no se entiende, no se ve un problema, sobre todo los tíos, y siempre he oído los típicos comentarios de "si quiere follar aquí me tiene" por parte de ellos, y "menuda puta está hecha" por parte de ellas. Pero la verdad es que Marta no se sentía orgullosa de su "vicio" precisamente.
— ¿Cuanto te debo Sebas?— ya sabía la respuesta.
— Nada, preciosa, a no ser que quieras pasar un buen rato— a Marta le daba asco Sebas.
Sebas no estaba mal y era joven, pero el hecho de tener que insinuarse siempre que tenía oportunidad la ponía muy furiosa. Muchas veces había pensado en dejar de pasarse por la granja, pero, ¿a dónde iba a ir? su fama la precedía y, como se suele decir, más vale malo conocido... La verdad es que Sebas no se metía con ella nada más que cuando iba a pagarle, y la granja estaba bien, se sentía tranquila en su ritual, así que aguantaba y listo, ya estaba acostumbrada. Le dejó un Euro como hacía siempre y se marchó.
— Como está la muy zorra— dijo Rafa, un habitual, que de buena mañana ya se tomaba su barrecha mientra jugaba a la tragaperras.
— Ya te digo, la tengo en el bote, me la follo cuando quiera— dijo jocoso Sebas; "qué mas quisieras, bocazas".
Habíamos quedado una tarde de verano en el parque para luego ir a la velada flamenca que hacían todos los sábados en la peña "Miguel Vargas", que empezaba a las diez. Entre actuación y actuación era común salir fuera por que en esa peña flamenca tan pequeña hacía mucho calor. Casi apunto de volver a entrar pasó Marta con un individuo. Ambos tenían sus manos en el bolsillo del culo del otro.
— Mirala, ya se va a tirar a otro— dijo "el Pita"
— Joder, que suerte, yo me cambiaba por ese pringao— dijo "el Medra"
— Pues ese pringao se la va a pinchar y tu no— le espetó "el Chino"
— Todos los que estamos aquí nos cambiamos ahora mismo por ese tío, ¿e o no?— dijo "el Aven".
Es curioso porque el Aven siempre acababa las frases con la misma pregunta. Le llamábamos "el aventura del día" porque siempre le pasaban cosas muy raras, pero como era muy largo el mote, lo acortamos a "Aven"
Este tipo de comentarios me asqueaban. Es cierto que a mi también me hubiera gustado acostarme con ella, pero yo la había podido conocer un poco más que el resto y vi lo gran persona que era, y por qué ocultarlo, me gustaba mucho aquella chavalita.
Cuando entré en la granja "el Gitano" estaba contando una historia. Nunca faltaban historias con esta gente, y más si está “el Aven” de por medio. Sentados a la mesa estaban "el Beatle", "el Chori", "el Pescater" y "el Lili".
— Que si tios, us lo juro.
— Que pasa Berna. Gitano, cuentaselo al Berna— dice “el Lili”
— Fuá pisha, fuimos ar sine con "er Aven" y al salir nus fuimos a tomar argo. Nos vamos a uno de los bares de por allí y viene er camero. Pidimos tós y como estábamos fetén er muy gachó entró al juego, era mu enrrollao, ahí gallibando con nusotro, totá, que nus toma nota y cuando píe "el Aven", tu ya sabes que no bebe el desgrasiao, pos le pide lo que se bebe siempre, su leshe fresquita en vasico de tubo.
— No me jodas, ya me imagino, ya.
— Caaaa, que con la coña er gachó se pinsaba que era broma, y empesó a burlase, y caro, nus callamos tós, ya sabes la mala jandí que se gasta "el Aven". Totá, que er tío se da cuenta que la cagau y me mira to serio, y yo asiento con la cabesa pa hasel.le entendé que va en serio, que le ponga la leshe. Joer tu, jajaja, que jeto que puso er payo, quisho. No tardó ni tre minuto en servirnus, y primero al Aven, jajaja, si vieras la mirada asesina del Aven, daba mieo tu.
Bueno, he puesto la conversación lo más clara posible, porque "el Gitano", entre que es gaditano de San Roque, que hablan muy cerrado y no terminan las frases, y que al ser gitano mete palabras en caló, no se le entiende casi nada. Al principio "la Tripi" me hacía de intérprete.
En ese momento en el que todos estábamos riendo a carcajadas, entró Marta, y viendo lo abarrotado que estaba el local y aun sujetando la puerta, se quedó mirando como decidiendo internamente si acababa de entrar o se iba. Entró.
Se la veía tensa y torpe, y yo pensé en lo valiente que estaba siendo. Se sentó en el único sitio libre que había en la barra (las mesas estaban todas ocupadas), al final de todo, bajo las miradas lascivas de ellos y las asesinas de ellas. Entonces lo que pasaba siempre, muchos se cambiaban de sitio para estar cerca a ver si había suerte, y alguno incluso llegaba a sentarse con ella. Y no era de extrañar esta situación, ya que muchas veces entraba sola y salía acompañada, y esa noche no iba a ser diferente. De todo lo que había allí dentro, se llevó lo más potable, Agustín. Al cabo de una media hora ambos salían juntos.
— Mírala, ya ha pescao una posha, ya tie la noche apañá.
— Ya ves, entra, elige y fuera.
— Bah, es una zorra, tiene que tener el coño como el bebedero de un pato.
— Y a saber si no tendrá algo.
— ¿Por qué nunca nos mira?, podría elegirnos a nosotros.
— ¿Y quién te dice que no lo ha hecho ya?— todos miramos a Lili. Era alto, rubio, guapo y con cierto aire de misterio, por lo que tenía mucho éxito con las mujeres, y no le pasó por alto a Marta. La verdad es que todos esos comentarios se decían por envidia. A mi me molestaban mucho y nunca opinaba al respecto. Me acabé mi manzanilla y me subí a casa.
Empecé a sentir el calor y el hormigueo en las manos. En una media hora ya sentía el impulso y aunque intenté distraerme no me fue posible. Empecé a angustiarme, otra vez me sucedía aquello, otra vez empezaba todo de nuevo.
La pulsión se apoderó de mi y supe que había perdido la batalla. Me puse los tejanos elásticos, la camiseta de tirantes negra, me perfumé y salí a cazar.
Pese a mi reticencia, fui a la granja porque a las 22:45 es lo único abierto y con gente desde que cerró el "Valentín" y "La oficina". No me gusta ir allí porque está todo el barrio dentro, prefiero sitios en los que haya gente más anónima, pero después de los últimos sustos en bares desconocidos, por mucho que me pese, prefiero ir a la granja.
Bajé la calle Verdi y giré por Nápoles. Cuando iba a entrar me di cuenta de que la granja estaba abarrotada. Por un momento pensé en irme, pero ya no era dueña de mi cuerpo. Entré.
Oh, dios, esas miradas, esos comentarios... Me hice fuerte y vi que al final de la barra quedaba un sitio. Ni un minuto pasó que ya todos los buitres empezaban a mover sus sillas acercándose.
Empezaba a sentir el aliento asqueroso de los borrachos de turno y empecé a temblar pensando que dentro de poco acabaría marchándome con alguno de ellos. Entonces salió Agustín del lavabo y casi choca conmigo.
— Hola Marta, perdona.
— Hola Agus, no, perdona tu, es que esto está hoy petado.
— Si, desde que cerraron el Valentín y La oficina aquí ya no se puede estar.
— ¡Pues estará contento el Sebas!
— Joder, ya te digo, míralo que contento está.
Seguimos hablando un rato hasta que ya no pude más. Tenía las bragas empapadas y mi vagina inflada y ardiendo.
— Vamos a mi casa— lo cogí de la mano y salimos. Subimos rápidamente, yo en mi ansia, tirando de Agus. Lo desnudé bruscamente y empecé a comerle la boca a mordiscos.
— Tranquiiiiiila niñaaaaa.
— ¡Callate y fóllame!
Me desnudó de camino a la habitación y yo ya casi iba a tener un orgasmo. Mientras él agarraba mis tetas y me lamía los pezones erectos y duros yo le cogí su verga dura y empecé a moverla. Me cogió en brazos y me tiró en la cama mientras él me abría las piernas y separaba los labios de mi coño húmedo. Empezó a pasar la lengua de abajo a arriba, metiendola de vez en cuando por la vagina. Aquello hizo que casi me corra. Luego se entretenía rodeando el clítoris y yo notaba una explosión de placer dentro de mi pecho. Luego hizo ventosa y ya no pude aguantar más y me corrí en su boca con violentos espasmos de placer. Cuando cesaron lo atraje hacía mi para que me follara.
Escupí en su polla erecta y le invité a que me penetrara, y lo hizo. Cuando noté su miembro dentro de mi empecé a lubricar de nuevo y a ponerme cachonda. El ritmo se aceleraba y lo paré.
— ¿Qué pasa?
— Toma, ponte esto— le di un preservativo y le ayudé a ponérselo. Me cogió en bolandas y me puso a cuatro patas. Aquello me puso más cachonda aún.
Me metió su polla, más dura que nunca, por el coño y empezó a embestirme con cierta violencia que hizo que me mojara aún más. Al cabo de un buen rato yo ya no estaba a gusto en la “postura del perrito” y lo tumbé boca arriba y yo me puse encima. Sé por experiencia que después de estar follando tanto rato, esta postura los culmina. Empecé a cabalgar y a hacer movimientos circulares de vez en cuando, mientras él me apretaba las tetas y se agarraba a mis caderas. A los cinco minutos empezaron sus espasmos mientras se corría. Hubieron dos polvos más y nos dormíamos a las 6:52 de la mañana.
Me desperté a las tres de la tarde sola. Mi Yo racional había vuelto y me sentí sucia, triste y sola, si, más sola que nunca. Eran los sentimientos que me embargaban después de una sesión ninfómana. La sensación de culpabilidad era enorme y me puse a llorar. Sé que esto solo ha sido un polvo y nada más, pero la tonta de mi siempre espera que al menos me despierten para despedirse. Que ilusa que soy, nunca aprenderé. Y lo peor de todo es que sé que esto se volverá a repetir, y lloro de nuevo.
Me marché muy joven de casa de mis padres, cuando dejé de ser niña y empecé a tener relaciones enfermizas. Me fui con una amiga a vivir, pero al final ella se fue, no aguantaba mi estilo de vida autodestructiva, esa espiral de alcohol y drogas en que me metí que me ayudaba a sobrellevar todo esto. Con 16 años una no tiene herramientas para sobrellevar estas cosas y recurre a lo fácil. Ahora tengo 28 y sigo sin esas herramientas, pero ya hace muchos años que fui capaz de dejar la bebida y las drogas.
Después de ducharme a fondo y comer me vestí y bajé a hacer el café a la granja.
Después de comer entré en la granja a tomarme mi cacaolat de turno. Estaba haciendo tiempo porque había quedado con Oscar, uno de mis mejores amigos, ajeno a mi círculo habitual de amistades, y aún era pronto.
— Hola Sebas, ponme un cacaolat— allí sentada en su sitio estaba Marta. Me senté con ella.
— Hola Martita, ¿que tal?
— Bien, ¿y tú?
— Muerto de calor, y haciendo tiempo, he quedado con un colega. Déjame la cartelera, a ver si hay algo decente.
— Toma— me pasó la cartelera y siguió leyendo el periódico. Noté que algo no iba bien, estaba ausente, ni siquiera estaba leyendo realmente el diario.
— ¿Te has preguntado alguna vez qué harías si hubiese una invasión zombi?— Que pregunta más absurda. Siempre salía con alguna tontada así para cortar el hielo o relajar el ambiente. Marta levantó la mirada del diario con una expresión como diciendo "Pero qué coño me preguntas, retrasado", pero me sonrió.
— Qué cosas tienes siempre... acabas sacándole una sonrisa al más pintado.
— No creas, me miran raro, como tú hace un momento. Soy raro, qué le vamos a hacer.
— No eres raro, eres inusual, y lo diferente es auténtico, mejor que lo superficial, por eso me llevo bien contigo— y siguió leyendo.
— Será, no se. Bueno, cuando sepas lo que harías con lo de los zombis me lo dices, porque yo no tengo ni idea. Me voy que llego justo. Hasta luego.
— Adiós Berni— solo ella me llamaba así, todos me llamaban Berna, de Bernabé.
Me voy pensando en lo que me ha dicho, "lo diferente es auténtico, mejor que lo superficial, por eso me llevo bien contigo", y continúo a lo mio.
Esa noche soñé con Marta. Estaba en su casa viendo una peli de zombis y se abalanzó sobre mi. Empezó a desnudarme y yo a ella y justo cuando íbamos a empezar a follar me desperté. Siempre me pasan estas cosas, en lo mejor me despierto. Estaría bien continuar por donde me quedé cuando me vuelvo a dormir.
Yo no tenía ni idea del sufrimiento de Marta, ni se me pasaba por la mente lo mal que lo estaba pasando, pero sí sabía que no era la clase de calientabraguetas que muchos pensaban que era ni lo fresca a lo que todo parecía apuntar. Supongo que mi enamoramiento por ella igual me tenía un poco ciego, pero algo en mi interior me decía que había algo más.
Fui al bar "los cazadores", a unos cinco minutos de casa. No me gustan los bares, la granja la tolero porque es más familiar, pero con los bares ya es muy diferente.
Había quedado con Manolo, Paco y "el Canela". Fui por compromiso más que nada porque Manolo tenía que hacer unos chanchullos con "el Canela" y no quería ir solo. En el bar nos encontramos con Paco, el listo de turno. Después de cerca de dos horas ya se había cerrado el trato.
— Vale Manolo, quedamos en eso. Si se tuerce me avisas.
— Si, tranquilo hombre.
— Pero avísame con tiempo, cabrón, que siempre haces lo mismo.
— Que si hombre, que si.
— Oye, me voy a la calle Navata que me han dicho que hay una facilona, ¿os venís?— dijo "el Canela". Cuando dijo aquello sentí un escalofrío. Era la calle de Marta.
— No, yo paso— dije, enérgico.
— Si, yo también, tengo que ir a comentarle todo el asunto al resto de peña.
— ¿Es que sois maricones?
— ¡Llama a tu hermana y te demuestro lo maricón que soy!— dije sin pensar.
— Mira imbécil, porque eres colega, si no te reventaba ahora mismo.
— Va Berna, vámonos— dijo Manolo tirando de mi brazo.
De camino a casa le comentaba a Manolo que me irritaba mucho que hablasen así de Marta. Manolo sabía de mi enamoramiento. Me fui a casa con cierta tristeza sabiendo que todo el mundo se iba con Marta sin ni siquiera intentar conocerla, solo para follar. Quizás también con cierta envidia.
Un sábado había quedado con mi colega Oscar para ir al salón del cómic. No es que sea fan de los cómics ni nada de eso, pero el ambiente no está mal, con toda esa gente disfrazada. Pasas un rato y sales de la rutina de siempre.
Pasé por el parque porque siempre acorto camino atravesándolo, y vi a Marta que estaba sentada al lado de los toboganes. Es curioso, siempre la veo sola, casi nunca la veo acompañada de alguien que no quiera tirársela. Me acerqué para saludarla. No se que pasa que siempre que la veo sola no puedo reprimir el ir a hablar con ella. Cuando me acerqué vi que tenía un pómulo enrojecido y el ojo del lado contrario ligeramente morado. Algo se removió dentro de mi y sentí una enorme compasión por aquella chica.
— Hola Marta, uf, vaya cara, ¿estás bien?
— Hola Berni, si, es que soy muy torpe, cuando no me doy con una puerta, se me cae el café por encima o me tropiezo caminando por la calle.
— Ummmmm, ya, bueno, suele pasar, yo me tropiezo hasta con las rayas de las baldosas de la calle. De todas formas, a veces va bien pedir ayuda ¿sabes?, pruébalo, funciona.
— Tranquilo. ¡Ah!, y aun sigo pensando lo de los zombis— y me guiñó el ojo sano, un guiño inocente que me derritió. Me quedé tan atontado que solo pude hacer una imitación de sonrisa y me fui pensando que soy gilipollas, y que si algún día necesita hablar, mejor que se buscara a alguien que no fuese yo.
"¡Nooo, otra vez no, por favor!". Ya empiezo a sentir otra vez el hormigueo viendo una serie para toda la familia a las cuatro de la tarde. El chico coge por la cintura a la chica y le da un casto beso. Eso basta para activar el "modo ninfo" dentro de mi. Me tomo un Diazepam y me hago una tila triple. No sirve de nada, no paro de imaginar escenas en mi mente perturbada y empiezo a tener calor, mi vagina empieza a inflarse y ya empiezo a perder el control. Esta vez no me preocupo por lo que llevo puesto, me perfumo y salgo de caza.
He intentado aguantar tanto que voy desesperada. Voy a la parada de metro porque se que de allí saldrá mucha gente. De toda la carne que sale aparece un chico que no está mal. Le pido un cigarro aunque no fumo y cuando le devuelvo el mechero le guiño un ojo. Ya está, así de fácil. Aunque insisto en que vallamos a su casa él se niega y acabamos yendo a la mía. Cuando llegamos yo ya estoy al rojo vivo. Empezamos a desnudarnos con la urgencia del deseo sexual. Él se muestra bastante agresivo, pero eso me pone muy cachonda, hasta que me tira en la cama y me penetra. Pese a mi estado de locura detecto que algo no va bien. Cuando le digo que pare el no quiere y me penetra con más fuerza, haciéndome daño.
— Eh, alto, así no.
— Cállate puta.
Intento sacármelo de encima pero me fuerza, me retuerce los brazos mientras me penetra bruscamente. Empiezo a gritar y a decirle que me deje, y él a decirme que me calle. Como no lo hago me arrea un guantazo que me calla de golpe. "Me lo he buscado. Tiene razón, soy una puta y me merezco lo que me pase" me digo a mí misma, así que dejo que este tío me viole.
Cuando parece que va a correrse intento quitármelo de encima para que no se corra dentro, pero el es mucho más corpulento que yo y solo consigo que me de otra hostia, esta vez en el ojo. Se corre dentro de mi entre espasmos de placer por su parte y después de estar unos segundos encima de mi, que parecen minutos, me coge del cuello con su inmensa mano y me aprieta hasta dejarme sin oxígeno. Cuando empiezo a ver borroso y a sentir el inminente desmayo, me suelta, se levanta, se viste, me mira y me dice — No ha estado mal, pedazo de zorra— se da media vuelta y se va.
Yo me quedo hecha un ovillo, llorando de impotencia, sintiéndome como lo que soy, una puta, una maldita zorra. Por mi mente pasa mi vida entera en pocos segundos, como cuando dicen que te vas a morir. Eso es, morir. Me levanto y abro la ventana del ático donde vivo. Me quedo mirando para abajo mientras de mi coño resbala por mis piernas el semen recién vertido, lo que me produce un asco que hace que me acerque a la barandilla y saque medio cuerpo. Ya no puedo seguir así, no quiero seguir viviendo así. Pero no tuve valor para hacerlo, "joder Martita, eres cobarde hasta para eso".
Me doy una ducha, me acerco a la mesita y cojo todos los Diazepanes que tengo y me los tomo todos, esperando no despertar más.
Cuando desperté no me gustó lo que vi ni en lo que me había convertido. Asqueada y repudiada por mí misma, decido que hoy marco un punto de inflexión o moriré en el más puro abandono a través de una espiral de autodestrucción.
Llegaba del gestor, de hacer el papeleo propio de cuando alguien fallece sin hacer herencia (Papa, ¿pensabas que estas cosas se hacían solas?) y me fui a la granja a tomarme un cacaolat calentito. Estaba en la granja sentado en una mesa al fondo de todo haciendo un sudoku, totalmente aburrido. Estaba apunto de acabarme el cacaolat y largarme a casa. Ni la vi llegar.
— Hola Berni, ¿Que tal todo?
— Pues aquí, que se me resiste el cabrón este— le digo señalando el sudoku.
— Jajaja, vaya ganas de estrujarte la mente de buena mañana.
— Claro, como no la estruje ahora que está fresca... ¿Tomas algo?
— Jajaja, vaya cosas tienes. Si, he pedido un café con leche.
Apareció Sebas con el café con leche y esa risa falsa acompañada de miraditas cómplices sin respuesta. A mi ni me mira, "¡eh!, que estoy aquí, cabronazo".
— Oye Sebas, que si eso, me traes otro cacaolat. Sebas, eh, ¡pscht!— le cuesta oírme, ¿que debe estar pasando por su mente calenturienta?
— Ah, si, ahora te lo traigo— joder, no tarda ni dos minutos en regresar. "Si siempre fueras así de eficiente Sebas, todo te iría mejor" pienso. Cuando no hablo conmigo mismo hablo con la gente sin llegar a soltar una palabra, es lo que tiene ser asocial.
Se da la típica situación en que dos personas quieren hablar y aparece otra persona que no sabe cuando irse. Se hace el silencio. Marta y yo nos quedamos mirando a Sebas un buen rato, hasta que parece entenderlo.
— Bueno, si necesitáis algo me lo decís— pero lo dice mirando a Marta. Voy a tener que ponerme tetas para que Sebas me sirva con esta efectividad.
Nos quedamos solos ella y yo y confieso que me estoy empezando a poner nervioso, pero intento estar tranquilo. En el fondo, los pocos momentos que estoy con Marta me siento muy a gusto. Me mira a los ojos durante un rato y yo quiero desviar la mirada, pero aguanto ahí como un campeón. ¡Por Dios, que ojazos más bonitos tiene Marta! Parece un Ángel. Lo pienso, pero no lo digo. Ella no para de dar pequeños sorbos al café con leche, sin duda porque está nerviosa y no sabe por donde empezar. Voy a hacer lo que mejor me sale: romper el hielo.
— No me lo digas... ya sabes qué harías en caso de una invasión zombi, ¿a que si?— y le sonrío.
— Jajaja, no, que va. Creo que si eso pasara me dejaría morder y se acabó todo— al acabar de hablar bajó la mirada.
— No creas, tienes que empezar a buscar comida como loca y con el paso del tiempo te pudres. No, ahora en serio, hace unos días que te veo triste. No soy muy bueno con las palabras, pero sé escuchar.
Marta se me queda mirando unos instantes y veo que se le ponen los ojos cristalinos. "Nooo, no llores, que la liamos" pienso. Pero aguanta el tipo.
— Hace unos años que te conozco y creo que contigo puedo ser sincera, ¿puedo serlo?
— Claro que si.
— Eres mi personita especial— me sonrojo ligeramente.
— Y si no te sientes cómoda aquí— digo señalando a Sebas con el pulgar— nos vamos a otro sitio.
— La verdad es que no estoy cómoda aquí. Si empieza a entrar gente no nos van a dejar tranquilos y si empiezo a hablar quiero hacerlo del tirón, ¿conoces algún sitio tranquilo?
— ¿Te da miedo ir en moto?
— No, que va, de más joven iba con mi padre de vez en cuando.
— Pues me se un sitio muy tranquilo a unos 12 kms. Me subo a casa a por los cascos, ahora bajo.
Montamos en la moto y fuimos a buscar la ronda. Marta era buena pasajera, apenas la notaba ahí detrás. Iba abrazada a mi cintura y me apretaba con sus piernas para no resbalar en el asiento con las frenadas. Era una sensación agradable.
A unos ocho kms salimos de la carretera de circunvalación y nos dirigimos a la montaña. Al cabo de unos cuatro kms ya habíamos llegado a destino.
Este mirador natural lo descubrí por casualidad un día que me perdí. Al ser un mirador natural y estar al final de un camino oculto nadie lo conoce. Sé ve toda la ciudad ahí, con el mar de fondo.
— ¡Vaaayaaaa, es precioso este sitio!
— Si, lo descubrí hace un par de años. No pasaba por un buen momento y cuando estaba harto de todo venía aquí a olvidarme de todo. A veces me quedaba hasta que se hacía de noche, que la ciudad se ilumina y es aún mejor.
— Que suerte poder tener un sitio así para desconectar.
— Miro ahí abajo y veo la ciudad tan pequeña, a la gente tan insignificante que me creo que soy un Dios. Todos los cabrones que te joden la vida ahí abajo se vuelven diminutos y los problemas también. Es como si pudiera extender la mano y poderlos chafar— iba haciendo gestos con la mano— Cuando regresas, esa gente ya no parece tan poderosa ni los problemas tan grandes.
— Siii, es verdad, es una sensación de paz y vaciado de mierda que una lleva dentro.
— Aquí no viene nadie, podemos hablar de lo que quieras y el tiempo que quieras— saco unas galletas de chocolate y una botella de zumo de frutas tropicales de la mochila— si nos da hambre he traído provisiones.
— Jajaja, estás en todo.
— Este sitio es como mi casa y tu eres mi invitada, tengo que hacer que estés a gusto, ¿no?
— Lo estoy— vuelve a bajar la mirada. Después de mirar un rato la ciudad y sin apartar la mirada del horizonte me dice: — Soy ninfómana.
Me quedo mudo, no se qué decir, aunque los que saben dicen que no hay que decir nada, solo dejar que la persona se abra. Este día lo supe todo de ella.
— Todo empieza con un hormigueo en las manos, lo que hace que me ponga nerviosa porque ya se lo que se avecina. Después se me acelera el corazón, empiezo a sudar ligeramente y, bueno, mis partes se hinchan y empiezo a notar que me pongo muy... bueno, muyyy... a tono. Entonces dejo de tener control— me comenta mirando al suelo y con una voz rota.
— Vaya, lo siento.
— ¿Sabes?, hay mucha gente que piensa que eso no es un problema, sobre todo los tíos. Las tías simplemente creen que soy una buscona, una puta. No tienen ni idea del calvario por el que paso a diario, no tienen ni idea— dice negando con la cabeza.
— Mira Marta, la gente no piensa las cosas, ni si quiera se esfuerzan por entender a los demás ni averiguar porqué hacen lo que hacen.
— Pero yo me siento muy mal por lo que hago y por lo que piensen de mi. Cuando llego a algún sitio es como si pudiera leer sus mentes: "Ya está aquí la zorra", "A ver si me la follo hoy". Nadie se me acerca para conocerme, ningún tío con los que he estado se ha interesado por mi. No tengo amigas porque creen que me voy a follar a sus novios, ni amigos por que siempre intentan acabar en la cama conmigo. Ya estoy harta. Harta de estar sola, de sentirme culpable por todo, de sentirme fatal después de que todo pasa.
En este momento se derrumba; llora desconsoladamente y va dando hipadas, y yo me siento muy triste por ella. La abrazo y ella se acurruca entre mis brazos. Pese a todo el sexo que ha tenido nunca ha sido amada, nunca se ha sentido importante, nunca ha tenido a nadie que se preocupe por ella.
Intento calmarla pero se me hace muy difícil después de todo lo que me ha dicho.
Me cuenta lo de las drogas en su juventud, cómo sus padres la echaron de casala, la paliza del otro día y posterior intento de suicidio, de como se siente después de que acabe todo, de las continuas revisiones al ginecólogo, de como tiene que aguantar insinuaciones a todas horas, de agresiones por parte de mujeres celosas, y un sin fin más de miserias. Nos quedamos en silencio casi media hora.
— Me siento liberada, como si hubiera llevado una mochila muy pesada y hubiera vaciado la mitad. Muchísimas gracias por escucharme.
— Gracias a ti por haberme elegido para compartir tu carga. Me doy cuenta de lo fuerte que eres.
— No creo que sea fuerte, al menos ya no. Te agradezco de corazón que me hayas traído aquí. Eres el único del barrio que te has acercado para hablar conmigo sin más. Y por ser como eres te debo mucho.
— Mira, tu no puedes seguir así. Trabajo en un hospital, déjame que haga unas preguntas. Tiene que cambiar tu situación.
— Ya lo he intentado antes, no se si servirá de algo.
— Antes no tenías ayuda, ahora la tienes, cuenta conmigo— me prometí a mi mismo que iba a ayudar a Marta, por mis muertos. Volvimos a la moto y regresamos a casa.
Conseguí el contacto de un psiquiatra especializado en terapia conductual bastante bueno de parte de uno de los traumatólogos de mi curro, el Dr. Gimenez, con el que me llevaba muy bien.
Marta acudió a un par de visitas y estaba muy contenta. Al cabo de casi un mes, me la encontré. Un día que salía con la bici a hacer kilómetros se cruzó conmigo y me invitó a cenar esa misma noche. Yo estaba contento porque por primera vez la vi sonreír. Por la tarde a última hora me dirigí a su casa. Cenamos y me explicó su terapia. El doctor le dijo que tenía buen pronóstico porque había adquirido conciencia de que no quería seguir así, que darse cuenta del problema era el primer paso.
— La terapia incluye marcharme de mi entorno, ya que si no no avanzaré. Así que de momento mañana me marcho con mis padres a Llivia para desconectar de todo hasta que pueda vivir sola de nuevo, les he explicado mi problema y hemos hecho las paces. Cuando me encuentre a mi misma ya podré volver a ser Marta. Quiero que sepas que has sido determinante en todo esto y que te debo mi vida— se quitó un collar que llevaba y me lo puso— esto es un regalo, para que te acuerdes de mi.
— No hace falta esto para recordarte.
No me lo podía creer. La chavalita que me gustaba y con la que soñaba me estaba diciendo que se iba y que posiblemente no la volvería a ver. Estaba triste por su inminente partida, pero contento porque sabía que lo iba a conseguir. La cena pasó enseguida y más rápido aún el rato que estuvimos hablando. Nos despedimos y me fui a casa.
Casi dos años después me eché novia y estaba muy contento. Nos iba muy bien y por fin parecía que me iban bien las cosas.
Cuando llegué a casa mi madre me dio una carta que había cogido del buzón, era de Marta. Me contaba que le iba muy bien, que ya no tenía impulsos y que estaba conociendo a un chico de su nuevo trabajo. Me volvía a dar las gracias y me dijo algo que se me quedó dentro del corazón para siempre:
"A lo largo de mi tortuoso camino han pasado muchos hombres, pero sólo uno ha conseguido hacerme mujer. Y es que has conseguido que me respete como persona, como mujer. Gracias"
Hubo una carta más a los tres meses diciéndome que se iba a vivir con su novio a Menorca, y nunca más volví a saber de ella.
A lo largo del camino de la vida encontramos a muchas personas, unas destinadas a quedarse y otras destinadas a marcharse. Algunas dejan huella, como Marta, y supongo que yo para ella debo ser de esas personas también. Sea como sea, Marta, allí donde estés espero que seas feliz con tu nueva vida.