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Pablo era un niño normal en un mundo normal. Pero Pablo creció, y aunque seguía siendo normal, el mundo donde lo hizo ya no lo era.
Pablo tenía una imaginación desbordante, tanto que era normal verlo enfrascado en alguna de las historias que rondaban por su cabeza casi a diario.
Por desgracia, como suele ocurrir, tanta genialidad no era comprendida por todo el vecindario. A decir verdad, no era comprendida por nadie del vecindario, ni de la sociedad en general, así que pronto se convirtió en el clavo que sobresale, y siempre hay algún martillo dispuesto a golpearlo para meterlo en su sitio.
Se despertó muy contento, como era habitual en él. Se desperezó ruidosamente y se levantó. Se preparó un cacao con leche y después de comerse medio paquete de galletas, se vistió y salió. Hoy el burgo estaba muy tranquilo. No habían demasiados caballos por las empedradas calles, se notaba que era domingo y todos estarían en la iglesia.
Su espada ceñida al cinto le molestaba un poco al caminar; lo habían hecho escudero hacía muy poco y aún tenía que acostumbrarse. Pasó por la plaza del pueblo y vio a unos chiquillos dándole patadas a algo redondo. "Como voy a echar de menos jugar con los demás en esta plaza, pero ahora soy escudero y me debo a mi Señor" pensó Pablo sin demasiada convicción, mirando de reojo a los chavales. Pero no lo pudo resistir y entró en el juego, dio unas cuantas patadas y se despidió de la chiquillería con tristeza.
— Buen día pase, bella dama— saludaba Pablo a las mujeres con las que se cruzaba. Era muy educado y servicial. Ellas no lo entendían.
Paró en una tienda de comestibles a comprar una hogaza de pan y un poco de queso.
— Aquí tiene, buen hombre, 4 reales, y quédese el cambio— el tendero lo miró extrañado con los Euros en la mano, pero no dijo nada, ya lo conocía.
Se dirigió a la salida del burgo, y en el puente de San Andrés paró a comer. Las vistas eran muy bonitas; desde lo alto se divisaba todo el burgo y el trascurrir del río Valo. Apareció un carruaje tirado por elegantes corceles. Pablo lo miró con ira mientras pasaba. Era el recaudador del Ducado que ahogaba al pueblo con los impuestos reales. Se llevó la mano a la espada, pero no hizo nada más, él no era nadie, solo un simple escudero. Se le quitó el hambre y se dispuso a volver a casa. El resto del pan y el queso se lo dio a un leproso que había a la entrada del puente. "Algún día les haremos pagar tanta injusticia, amigo" pensaba mientras el indigente le agradecía la pitanza que le acababa de ofrecer.
Ya en casa se quitó la espada y la dejó colgada en el respaldo de una silla. Se sentó en el sofá y puso la tele; las noticias de las nueve anunciaban la llegada de la comitiva que acompañaba al Ministro de Economía a un acto en el consistorio de la ciudad, debido al 50 aniversario de su reconstrucción tras unas inundaciones que la destrozaron. Pablo miró la silla, ahí estaba su espada de cartón.
— ¡Anda yaaaa, eso no se puede hacer!
— David tené razón pibe, si vos lo volteás se caerá— dijo Toño.
— Y te mojarás— añadió Vicente, Tito para los amigos.
— David, ve al bar del Jumilla a ver si te puedes traer un vaso— espetó Pablo.
— Hecho.
Pablo bajaba a jugar con los niños del barrio. Eran de edades comprendidas entre los 8 y los 15 años, por lo que Pablo era el que más desentonaba a sus 33. Eran chavales que rozaban el desarraigo familiar, en una época en la que los padres bastante tienen con la explotación laboral como para dedicarles tiempo a sus hijos. Algunos optaban por dejarlos embobados delante de la tele, otros optaban por dejarlos jugar en la calle varias horas, todo con tal de quitárselos de encima.
Pablo era conocido en el barrio, y a pesar de su desmesurada imaginación, su terquedad en no querer crecer y su extraña relación con los niños, el hecho de poder deshacerse de los hijos unas horas pesaba más en los desinteresados padres. Lo mismo se les veía jugando a fútbol, que jugando al escondite, que metidos todos en los futbolines el domingo día de paga.
Al cabo de cuatro minutos volvía David corriendo con un vaso que había afanado del bar de enfrente y se dirigieron a la fuente del parque de la esquina.
— Mirad, lo lleno de agua hasta arriba, lo tapo con este cartón, le doy la vueltaaaa...— todos los niños estaban expectantes— yyyyy....¡tachaaaaannnnnnn, el cartón no se cae y yo no me mojo!
Los niños ovacionaron el truco de magia. Tito echó a correr por el parque mientras iba dando saltos, siempre lo hacía cuando algo le excitaba. El resto aplaudían o gritaban entusiasmados.
Algunos vecinos veían de buen grado que Pablo pasara tiempo con los niños, así había algún adulto con ellos, bueno, todo lo adulto que se le puede pedir ser a Pablo.
Otros veían una relación extraña. Con tanto caso de pederastia por doquier, no eran pocas las voces que se alzaban contra aquella situación. Algunos decían que los iba a pervertir, que los niños no deben relacionarse tanto con alguien como Pablo. Otros simplemente pasaban de todo.
Esa mañana hacía frío y lloviznaba, una borrasca según dijeron en la tele. A Pablo no le gustaban mucho estos días porque no podía salir a la calle a estar con sus amigos o a dar rienda suelta a su imaginación.
Fue al almacén de su tío, un almacén mayorista de vaters, videts, bañeras y demás, donde trabajaba algunos días descargando camiones. Era un trabajo pesado pero a Pablo le gustaba.
Su tío no quería verlo mucho por allí, pero se comprometió con su hermana antes de morir a que se haría cargo del pequeño Pablo, por eso solo iba algunos días, y con lo que cobraba tenía suficiente.
A la vuelta se encontró con Lupe, la vecina del ático en el bloque 22. Se sentía atraída por Pablo, pese a no entenderlo.
— Hola Pablo, ¿que tal va todo?
— Bueno, ya sabes, estos días... vengo del almacén de mi tío.
— Si, son tristes estos días. ¿Quieres ir a tomar algo?
— Bueno, vale. Vamos al Rey del Batido, tienen uno nuevo muy rico.
Lupe lo miró con dulzura y extrañeza al mismo tiempo. Era un tipo muy raro pero no pudo negarle ir.
— ¿Sabes? la gente me dice que tengo que madurar, que ya tengo una edad. ¿Madurar significa ser hipócrita, ser falso, ser egoísta?, ¿significa renunciar a tus sueños, a tus anhelos?, ¿renunciar a lo que te gusta y a lo que quieras hacer en cada momento?, ¿a divertirse?. Pues si es así yo no quiero madurar.
— Pero no todo el mundo es así, se puede madurar de una forma diferente.
— No se puede, el sistema te arrastra aunque tu no quieras, la sociedad engulle todo aquello que queda fuera de sus normas no escritas.
Estuvieron hablando bastante rato y tras tres batidos de Pablo y una coca-cola de Lupe, salieron del local; Lupe tenía que irse. Se despidió de Pablo con un corto y huidizo beso en la comisura de los labios y salió a toda prisa. Pablo se extrañó, la verdad es que las chicas le atraían, las hormonas no perdonan, pero no entendía bien el mundillo femenino.
Había parado de llover hacía muy poco y aun estaba todo mojado. La pandilla ya estaba en el parque; parecían caracoles, que salen después de llover.
A Pablo se le encendió la chispa, subió raudo y veloz a casa y bajó vestido de pirata. Fue al parque y subido en uno de los bancos empezó a comandar el navío Luna Negra. David, Tito y Toño eran los marineros a las órdenes del temido capitán Thatch "Barba Negra". Como todo estaba mojado y encharcado le daba un ambiente ideal. De vez en cuando saltaban en los charcos o pasaban la mano rápidamente por alguna superficie, empujando el agua acumulada y salpicando a los demás, como si fuera el agua de las olas de un mar embravecido contra la balandra.
— ¡Barco a la vista!
— Todo a babor.
— Es un barco de la Reina de Inglaterra, mi capitán.
— Bien, ahora sabrán quienes somos. El oro para el pueblo, ¡Al abordaje mis grumetes!
Parecían piratas de verdad, usaban columpios, papeleras, árboles y todo lo que podían para simular el enorme barco Luna Negra.
Atacaron amistosamente a otro grupo de niños del parque que se contagiaron enseguida del ambiente pirata que de la nada había creado Pablo.
Los vecinos que pasaban por el parque se quedaban sorprendidos de cómo el parque se había convertido en un espacio de jolgorio y griterío, de niños practicando sin saberlo la solidaridad, ayudándose unos a otros y con un aparente desorden muy ordenado y disciplinado. Cada uno tenía su trabajo y lo hacía bien.
El barco fue abordado y asaltado y el oro que robaban del Nuevo Mundo fue repartido al pueblo.
Después de cada sesión de juegos a los niños les asaltaban multitud de dudas. Esta vez preguntaron sobre el Nuevo Mundo, quien era Barba Negra, por qué el pueblo siempre era pobre... Aprendían jugando y crecieran en valores, y a Pablo esto le gustaba y no le importaba perder su tiempo, también se lo pasaba muy bien.
Cayó la noche y los padres empezaban a llamar a sus vástagos a retiro. Pablo se fue a casa también, llegó empapado y cansado, pero con una sonrisa de oreja a oreja.
A la mañana siguiente Pablo se sentía mal, tenía algo de fiebre y le dolía la garganta; seguramente el haber acabado empapado el día anterior tenía mucho que ver.
Al no verlo en todo el día, Lupe lo llamó. Cuando supo que estaba algo griposo y no había comido nada en todo el día se apresuró a llevarle caldo que tenía en casa, cualquier excusa era buena para ver a Pablo. Después de haberse tomado el caldo estuvieron un rato hablando.
— Ya no tienes 10 años Pablo. Sé que no quieres convertirte en lo que odias, pero tal vez deberías...
— No empieces con eso. Ya se que todos me veis como un loco, un inmaduro que no quiere crecer, ¿y sabes qué?, pues que tenéis razón. Yo no soy como los demás y nunca seré quien queréis que sea, así que haceros a la idea, si me aceptáis que sea como yo soy, no como vosotros queráis.
Lupe no supo qué decir, en el fondo tenía razón, y era ese fondo intransigente y rebelde lo que le gustaba de él. Pasaron las horas y Lupe se despidió de Pablo con un largo abrazo y un cariñoso beso.
Al día siguiente Pablo se puso unos pantalones de tergal color blanco hueso, su camiseta blanca con su gran escudo favorito en la parte delantera y la chaqueta corta a juego, también con su escudo favorito en la manga derecha. "Si quieren que sea serio puedo ser serio" pensó Pablo con las palabras de Lupe de la tarde anterior rondando por su cabeza. Cogió su maletín con el portátil dentro, se lo cruzó al hombro y salió a la calle.
Se detuvo a mirar el parque, estaba vacío, los niños estaban en el colegio. Siguió hasta la plaza del Ayuntamiento, donde había wifi gratuita. Se sentó en uno de los incómodos bancos de hormigón y sacó su portátil. Mientras se encendía miró a su alrededor; la plaza estaba llena de jóvenes barbudos, de esos a los que ahora se le llaman hipster, con todo tipo de cacharros electrónicos: tablets, notebooks, smartphones, portátiles, relojes inteligentes, etc. El allí encajaba mejor que con los niños en el parque; sintió un escalofrío, "que ya no tengo 10 años dicen, pues claro que no, eso ya lo se". Empezó a teclear y a abrir y cerrar ventanas, a meter y sacar pendrives, y muchas otras cosas. Le gustaba la informática y la dominaba bastante bien. Lo vio Marcos, un vecino.
— Hombreeee Pablo, ¿que tal?, vaya, veo que andas ocupado.
— Ehhhh, si, mmmm, estoy ocupado— dijo sin levantar la vista de la pantalla. Se hizo un silencio.
— ¿Qué haces?
— Ehhh, no puedo distraerme mucho, tengo que traerlos de vuelta.
— Oh, claro, si, estooooo, pues nos vemos luego, adiós.
— si, si...
Marcos se quedó algo cortado, aunque ya conocía las respuestas de Pablo. Le resultó divertido ver sentado a Pablo vestido con ropa imitación de la Nasa: "Que no quiero madurar... ¡pssse!... cuando traiga de vuelta al Apollo XIII seré un héroe nacional, y entonces que me digan si soy maduro o no..."
Manejaba el teclado sin tregua. Uno de los hipsters que estaba cerca pasó por detrás de Pablo y miró curioso la pantalla, como buen "geek", y vio como Pablo jugaba al Space Rescue, un juego de simulación de rescate espacial muy apreciado por la comunidad hacker.
Estuvo un par de horas en la plaza y cuando se quedó sin batería cerró el ordenador y se fue a casa. Al pasar por el parque Toño lo llamó.
— Che Pablito, quedáte un rato, estamos jugando a Evasión, le tocá a David escapar.
— No puedo Toño, tengo trabajo.
— No seás boludo y vení a jugar con nosotros, si querés te escapás vos.
— No Toño, ya no tengo 10 años.
Toño se lo quedó mirando extrañado, miró a sus amigos y levantó los hombros como expresión de no entender nada, pero no insistió, se dio media vuelta y volvió con sus amigos.
"Tenían que jugar hoy a Evasión, y encima podría haber sido yo Steve McQueen, que asco de vida" pensó Pablo con enormes ganas de volver al parque. Subió a casa, se sentó en el sofá y se puso uno de esos programas de política que se supone que le tenían que gustar. Cuatro minutos más tarde cambió a Bob Esponja en el Club Disney.
Era de noche pese a ser solo las siete de la tarde. Pablo se vistió con su equipo de cazador y cogió su arma.
Era un reputado cazador de hombres lobo al cual requerían de sus servicios muchas veces. Esta vez le habían pedido que "limpiara" la zona que rodeaba un hotel. "Se van a enterar esos lupinos de lo que es bueno" pensaba Pablo emocionado. Cuando tenía que cazar licántropos se excitaba como un niño al que le dicen que al día siguiente irá a Disneyworld y no duerme en toda la noche.
Salió a la calle y fue a la zona que le habían indicado. Alguien le dio las órdenes para esa misión a través del intercomunicador que tenía en el comedor hacía unas horas.
Cogió el autobús hasta las afueras, en la zona norte, y el resto del camino lo hizo a pie, con sigilo, vigilando su entorno, arma en mano.
Llegó a la zona convenida y sacó sus prismáticos, "tengo que hacerme con unos de visión nocturna". A duras penas vio el aparcacoches y al botones en la puerta y unos hombres altos y fuertes con auricular. "Ahí están los protectores" pensó.
Apareció por la carretera T-122 un coche oscuro con las lunas tintadas, eran ellos. Bajó a toda velocidad a la entrada; para entonces el coche ya había llegado y se paraba delante. Pablo sacó su arma, una lanza metálica con un aro de cuerda retráctil, como los que usan en la perrera, pero electrificado; los hombres lobo son muy fuertes y hay que aturdirlos para dejarlos fuera de juego.
Descargó el aro sobre el cuello del lupino que se había bajado del coche y enseguida aparecieron cuatro protectores que redujeron a Pablo y lo metieron en un cuartucho dentro del hotel. Apareció la guardia civil y se llevaron detenido a Pablo. Los vigilantes privados del hotel no daban crédito: un chalado había aparecido de la nada y había intentado cazar al Ministro del Interior con un cazamariposas de juguete al grito de "Muere, licántropo asqueroso".
Pablo, en el cuartelillo de la guardia civil, vio un intercomunicador como el suyo. Estaba en la mesa del policía de guardia del calabozo y también le hablaba: "un desequilibrado mental ha atacado con un cazamariposas al Ministro del Interior en el Hotel Ritz, donde se aloja para la celebración del 50 aniversario de la reconstrucción de la ciudad. Según fuentes policiales, Pablo A. G. de 33 años actuó solo...". Pablo sonrió, "vaya, no he terminado mi misión. Bueno, mañana será otro día".
Lo dejaron libre con cargos cuando el alcalde convenció a las autoridades de que Pablo no era peligroso. Lupe fue a recogerlo al cuartelillo.
— No puedes seguir así Pablo, cualquier día te meterás en verdaderos problemas.
— Esos hombres lobo no se merecen seguir libres.
— ¡Pero qué hombres lobo, Pablo! Ya está bien de tanta tontería. Eran políticos Pablo, políticos, ¿entiendes la diferencia? Ya no distingues la realidad de tu ficción.
— Y que más da, abusan de la gente, deberían estar presos para que no vuelvan a ver nunca la luz de la luna.
— Mira Pablo, eres muy complicado; tiro la toalla, haz lo que quieras.
Se marchó enfadada. A Pablo le molestaba más el que ella no le entendiera que el hecho de haberlo dejado plantado así.
Al día siguiente Pablo bajó al parque. Sus amigos ya habían salido del cole y estaban jugando a policías y ladrones. Que raro, habían más padres de lo normal. Cuando lo vieron aparecer entraron en nerviosismo, cogieron a sus hijos y se los llevaron a rastras a casa, con el consiguiente enfado y forcejeo de los niños. En pocos segundos el parque quedó vacío. Ya no era el loco que entretenía a los chiquillos, ahora había atacado a un político, ¿y si el próximo era alguno de sus hijos?
A los pocos días llamó a su casa su tío. Llevaba en la mano un papel y su semblante era mas serio de lo normal.
— Pablito, sientate que he de decirte algo.
Abajo en la calle esperaba una furgoneta blanca. Pasados los 10 minutos que les había pedido el tío de Pablo, los dos fornidos sanitarios subieron a casa de Pablo. Este no puso resistencia, se dejó capturar, tenía un plan.
El centro psiquiátrico no estaba mal, era de reciente creación y pese a ser lo que era, era acogedor. Daban tres comidas calientes al día, meriendas y le dejaban ver la tele.
Pero Pablo se sentía preso, no podía salir a jugar con sus amigos y le daban unas pastillas que mantenían presa su imaginación. Las enfermeras eran agradables con él, pero mantenían las distancias, "deben creer que soy un preso peligroso o algo" pensaba con cierta tristeza. Ese sitio no era para él, allí no habían niños con quien jugar, no controlaba nada y no se fiaba de nadie. Lo habían sacado a la fuerza de su entorno y andaba algo perdido y la medicación tampoco ayudaba.
Estaba convencido de que lo habían secuestrado unos seres extraños, de otro mundo, unos seres grandes y peludos que viven bajo tierra. Tenía que escapar de allí.
Hizo buenas migas con Carlos, uno de los celadores del turno de mañana. Era joven y sabía escuchar; si tenía que dedicar dos minutos más de lo normal los dedicaba.
Cuando acababa la ronda de las 11 Carlos se pasaba por la sección de Pablo y charlaban de tonterías. Esa mañana abrió las puertas a la esperanza:
— Ya ves, llevo trabajando aquí cinco años y medio, y en todo este tiempo no he visto a nadie más loco de lo que está el resto de gente ahí fuera.
— Yo no estoy loco.
— Y te creo, amigo Pablo, ¿es verdad lo del Ministro?
— Era un hombre lobo y tenía que cazarlo, a veces me dedico a eso, a cazar lupinos. Pero al final se me escapó. Dicen que estoy loco por querer encerrar al Ministro, ¿y sus corrupciones, los recortes que dejan enfermos en riesgo de muerte, los desahucios que dejan gente en la calle, el rescate de la banca, el robo en impuestos y pensiones, para que luego te enteres de que tienen millones en paraísos fiscales?.
— Si amigo, encima esta sociedad de mierda no tolera lo diferente, o eres como ellos quieren o te criminalizan, te dan de lado, te aíslan o te encierran, se ha hecho toda la vida. Antes te ahorcaban si eras bruja o curandero, te quemaban si eras científico o te fusilaban si eras del bando contrario. Cientos de personas fueron recluidos en psiquiátricos por pensar diferente, y hoy, con lo avanzados que creemos que estamos, no ha cambiado nada, somos reprimidos igual que antes. En fin, he de irme, mañana hablamos otro rato. Salud y anarquía, hermano.
A Pablo le brillaban los ojos. No sabía muy bien qué era eso de la anarquía, pero debía ser algo bueno. Había decidido que no iba a pasar mucho tiempo más allí y que al día siguiente le contaría sus planes de fuga a su aliado Carlos, ¡seguro que le ayudaba!
Durante muchos días Pablo fue guardando las servilletas de las comidas. Por alguna extraña razón no le dejaban llevarse hojas a su habitación, por no se qué de alguien que se intentó cortar las venas con un folio din A4 marca Galgo.
Robó un stick de pegamento en barra de la sala de manualidades y ocio y pegó todas las servilletas para hacer una gran hoja en la que planificar su huida, que guardaba debajo del colchón.
Mientras paseaba iba tomando notas mentales y midiendo distancias mediante sus pasos, que luego anotaba en la hoja de servilletas, como su admirado Steve McQueen en "La gran evasión". Poco a poco fue desarrollando un mapa del centro. Sabía donde estaban las cámaras, qué había detrás de casi cada puerta y había dedicado una semana entera en fijarse en los horarios de sus carceleros, los servicios de cocina y lavandería, etc.
Ya lo tenía todo planeado, solo le faltaba hablar con su compañero de presidio Carlos; era su amigo y no podía dejarlo preso en aquel laberinto.
— Lo tengo todo planeado Carlos, mira— Pablo enseñó a Carlos su "mapa del laberinto" como él lo llamaba— y tú te vienes conmigo.
— Yo no puedo ir contigo Pablo, yo no estoy internado en el centro.
— Eso dicen todos los que llevan aquí mucho tiempo. Su mente se acostumbra y les hace creer que son libres, pero no lo son, no eres libre Carlos.
— Escucha Pablo, creo que te estás precipitando, madura la idea un poco más— le siguió la corriente Carlos. A veces era la mejor solución para neutralizar las neuras de los pacientes.
— No me gusta la palabra madurar.
— He de irme, nos vemos cuando termine mi turno.
— Vale...— dijo Pablo sin mucha convicción, no entendía la negativa de Carlos a salir del laberinto con él. Pues si no quería fugarse, peor para él.
El día fijado para la fuga era el viernes noche. Era día de libranza de mucha gente que se iba a las tres de la tarde y ya no volvía hasta el lunes. Quedaba la plantilla muy reducida y los del turno de noche se dedicaban a beber y jugar a las cartas.
Justo cuando el auxiliar de la tarde cerró su puerta, Pablo echó a correr detrás para poner una carta entre el cerrojo y el dispositivo electrónico. Esto impedía que se cerrara la puerta electrónicamente y desde afuera no se notaba.
Cuando apagaron las luces sacó varias sábanas que había ido recogiendo de aquí y de allá y las anudó. Necesitaba una "cuerda" para bajar desde la ventana de consigna (su ventana era anti fugas) hasta la planta de abajo, donde estaba el economato y la ventana que le daría la libertad.
Dicho y hecho, se vistió, abrió la puerta de su habitación y, sábanas en bandolera, se dispuso a recorrer los metros que lo separaban de la ventana de consigna. Desplegó la improvisada cuerda y comenzó a descolgarse. En ese instante lo vio el guardia de seguridad que hacía la ronda de las diez, "maldita sea, no he tenido en cuenta a los duendes del laberinto"
— ¡Alto!— empezó a silbar con un pito para dar el aviso.
En un momento apareció el otro guardia y dos monstruos enormes que Pablo reconoció como los "ogros del laberinto". Empezó a subir lo poco que había bajado y entró de nuevo a consigna. Ya le habían pillado, así que empezó a correr escaleras arriba hasta la puerta de la azotea, donde estaban los equipos de aire acondicionado. Desde allí arriba se respiraba libertad, "que pena que no esté Carlos aquí conmigo".
Sintió los pasos que subían por la escalera y tuvo que darse prisa en pensar algo. Se asomó al vacío, estaba muy alto. Los pasos se acercaban cada vez más. Entonces le vino a la mente la canción de un grupo llamado Mecano que escuchó en casa de Lupe pero que no había entendido mucho:
"soñé por un momento que era aire".
Los pasos se oían ya al otro lado de la puerta y Pablo se empezó a poner más nervioso.
"oxigeno. nitrógeno y argón sin forma definida ni color, fui aire volador"
"¡Maldita canción!" pensó. Ya habían llegado arriba. Asomaron por la puerta los ogros y los duendes del Laberinto. Pablo miraba hacia abajo; le vino a la mente Spiderman, su superhéroe favorito,
"Y lo siento por mi novia y el cristal que me cargué, me escapé por la ventana y en picado me lancé"
— ¡Alto ahí, no te muevas ni un pelo, chico!— dijo uno de los guardias mientras los fornidos auxiliares empezaban a rodearlo.
Sí, puedo hacerlo, lanzaré una de mis telarañas al pabellón de las chicas, está cerca de la verja que da a la libertad.
"pero tuve mala suerte y cuando iba a remontar me volví otra vez humano. No faltéis al funeral"
— Venga Pablo, ven con nosotros, hoy jugamos al tute, que sé que te gusta, y además eres muy bueno, nos ganas siempre— intentaba sin éxito uno de los auxiliares.
"Aire, soñé por un momento que era aire"
Y Pablo se tiró al vacío.
La vida se vistió de negro. Lupe estaba desolada, no podía parar de llorar. Lloró y lloró hasta que le dolieron los ojos. Se culpabilizaba por no haber hecho más. La sensación de culpabilidad lo arrasa todo cuando pasan estas cosas.
En el barrio la noticia fue recibida de diferentes maneras. Unos se apenaron por el pobre Pablo, ese chico alegre y amable que entretenía a los niños en el parque. Otros se alegraron de su muerte, un problema menos del que preocuparse, que no está bien que los mayores jueguen con los niños... vete a saber si un día hubiera raptado alguno, o algo peor.
Su tío estuvo unos días apenado, pero se alegró de haberse librado de esa responsabilidad que le había dejado su hermana.
Los chicos se entristecieron mucho. Montaron una ofrenda para su amigo, dejándole sus pertenencias más queridas: Toño su sombrero vaquero, David su espada pirata de plástico y Tito su tricorder de Star Trek: la nueva generación.
En el centro psiquiátrico nadie se explicaba lo sucedido. Carlos se sentía culpable, le había dicho que se iba a fugar del "Laberinto" y no le hizo caso, pensó que sería como otras tantas locuras suyas, ¿cómo no lo vio?. Al día siguiente presentó su despido voluntario.
De camino a casa le vinieron a la mente sus palabras, "no eres libre Carlos" y tenia razón, el amigo Pablo tenía razón. Una mueca apareció en sus labios mientras le resbalaba una lágrima detrás de otra por sus mejillas.
"¿Y quienes somos nosotros para decidir quien está loco y quien está cuerdo?. ¿Pablo estaba loco o simplemente quería vivir su vida a su manera y proteger de la injusticia a los suyos?". Eran respuestas a las que jamás encontraría respuesta, ya daba igual.
— Que la tierra te sea leve, compañero.