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Era esa época del año en la que las temperaturas aun eran altas pero empezaban a caer las primeras lluvias, las mañanas eran frías y la humedad se mantenía alta, lo que creaba unas excelentes condiciones para la proliferación de las primeras setas.
Los dos amigos habían decidido ir a buscar setas al día siguiente. Marcos era micólogo desde hacía más de diez años, para Eloy era la primera vez.
Aquella mañana fresca del mes de octubre habían quedado temprano en la plaza Mayor. Después de un buen desayuno salieron hacia la Vía Verde de San Miguel, que tenía su origen justo detrás del Monasterio de Santo Tomás. Pasado el kilómetro 3 cogerían un desvío para ir campo a través.
Marcos no le contó a su amigo nada acerca de la leyenda negra del "bosque de los suspiros". Según la tradición oral que pasa de padres a hijos, en ese bosque desaparece gente desde tiempos inmemoriales. Todos conocen a un amigo que conoce a alguien que dice que un familiar desapareció hace muchos años, pero lo cierto es que nadie conoce directamente a ningún desaparecido.
Mientras se iban alejando de la ruta de San Miguel se iban adentrando en lo profundo del bosque. Los ruidos de la Vía Verde se iban amortiguando, hasta casi ser imperceptibles, para al cabo de un rato dejar de oírse por completo. En su lugar solo se escuchaba el silencio, roto de vez en cuando por el trino de algún pájaro. Eloy, chico de ciudad, se mostraba algo temeroso ante aquel silencio abrumador, así que Marcos decidió romperlo contándole la leyenda sobre el lugar donde estaban.
— Cuenta la leyenda que desde tiempos inmemoriales, aquel que se adentra en el bosque de los suspiros, solo o acompañado, desaparece cuando surge una extraña neblina que se materializa de la nada.
Eloy miró a su alrededor pero no había ni rastro de ninguna niebla. Casi prefirió que Marcos guardase silencio, aunque sabía que su intención era asustarlo con historias de viejos.
— Nunca se han encontrado restos de los desaparecidos ni nunca más se ha sabido de ellos.
Siguieron caminando en un incómodo y largo silencio después del cual, llegó un plácido sinsentido de diálogos para entretenerse mientras llegaban al lugar de recogida del preciado rovellón.
Empezaron a buscar, recogiendo algunos aquí, otros allá. Consiguieron recoger entre los dos casi tres kilos de rovellones. El páramo era idílico, con un bosque de abedules no muy denso y unos raros túmulos oscuros que parecían puestos allí desde otro lugar, como la montaña de Montserrat, todo un paisaje de postal.
Ya volvían a casa y Marcos estaba explicando cómo se cocinaría esa noche los rovellones. Se calló de golpe a media explicación y Eloy se giró para ver el motivo por el que había guardado silencio, pero su amigo no estaba, había desaparecido, solo vio su reloj swatch plateado en el suelo. ¿Cómo podía ser, si estaba detrás suyo, a su lado?
Lo llamó varias veces sin conseguir respuesta, no había nadie a su alrededor. Los pájaros no trinaban, el incesante canto de las cigarras cesaron y una extraña neblina, que había aparecido de la nada, inundaba el valle.
El terror se apoderó de Eloy que soltó el cesto de rovellones, que se habían podrido de golpe, y echó a correr sin rumbo. El pelo se le puso blanco del terror ancestral que notó en su interior y sus pulsaciones se dispararon, se colapsó. Poco a poco sus piernas se fueron paralizando hasta que cayó aturdido entre los árboles cercanos a la "Cueva del Dragón". El miedo lo ahogaba y el mareo que le provocó le nubló la vista.
Dos días más tarde un grupo de excursionistas se paraban a descansar en un extraño túmulo oscuro de piedra que había entre los árboles cercanos a la "Cueva del Dragón".