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Segundo paso: La higiene personal

Aquí se cruzan dos cuestiones. Por un lado, el uso de recursos más amables con el medioambiente y nuestro cuerpo. Por el otro, apropiarse de hábitos minimalistas, menos es más.

Lo primero que hicimos fue dejar los jabones perfumados. Por un tiempo, usamos el jabón de glicerina neutro y luego nos pasamos únicamente al jabón blanco. El primero se impuso con el nacimiento de las niñas, aunque yo, con piel muy sensible, ya había abandonado los perfumes.

Dejé de usar cremas de limpieza para el cuerpo y tohallitas femeninas descartables (ni hablar del tampón, que lo había dejado antes). Las cremas las reemplacé por una alimentación más sana. Las tohallitas por la copa menstrual. No solo me dejó dormir más tranquila por las noches y evitar que se me paspara la piel con el roce, sino que además pude ver mi sangre, mi flujo, y elegir qué hacer con él; me ayudó a conectarme de otra manera con mi período. También dejé los medicamentos para calmar los dolores menstruales y mis ocasionales migrañas. Me recuesto en la cama y voy relajando de a poco el cuerpo con la respiración.

Toda la vida he sufrido el olor a transpiración. No había desodorante que aguantara. En el caso de Palucho y Nano, lo suyo era el olor a pata. Usaban talco pero no es lo más recomendable. El talco tapa los poros y se extrae de minas, tiene asbesto, que es cancerígeno. Ni tan eficiente ni muy natural. Reemplazamos antitranspirantes y talco por bicarbonato de sodio. Hubo un primer intento de cambiar desodorante por esencia de limón pero no funcionó. De hecho, transpiraba más. Tengo amigas que usan limón o directamente nada. Ayuda la dieta, macrobiótica, sin carne ni azúcar. Algún día quizás me incline hacia esa opción pero hoy no.

El shampoo y la crema de enjuague es algo que intenté dejar pero no pude. Palucho no tiene pelo, de modo que nunca fue un problema para él. Con las niñas, pasamos al jabón blanco y el aceite de almendras. Para evitar el contagio de piojos les poníamos vinagre con esencias de limón y menta. El tratamiento antipiojos seguía siendo el tradicional, con los productos comprados en la farmacia pero lo más efectivo para la erradicación completa era el despioje con peine fino y mucha paciencia.

Nano y yo intentamos con el jabón y el aceite pero no logramos que el cabellos nos quedara bien. Sería una batalla a librar más adelante.

La depilación era solo con cera de abeja para bigotes y axilas. Tuve un intento con caramelo pero mi vello es muy grueso y mi piel muy sensible. No lograba sacar los pelos. Estos fueron nuestros inicios. El botiquín seguía siendo bastante tradicional: gasas, curitas, agua oxigenada, alcohol, pervinox, crema humectante, de caléndula y paracetamol. Repelente para los mosquitos de farmacia y protector solar con filtros altísimos para las vacaciones.

Tercer paso: Artículos de limpieza

En el caso de los artículos de limpieza, voy a nombrar las marcas porque realmente no puedo decir con seguridad qué es lo que son; sé que los hemos usado durante años para limpiar la casa pero no tengo idea cuáles son los componentes de algunos de ellos: Cif, Blem, detergente, limpiavidrios, lavandina (no del todo pero la usamos poco), etc. Vinagre de alcohocl diluido en agua, con esencias de cítricos y menta: Para limpiar vidrios, muebles, y repasar los aparatos del baño y la cocina, lo mismo que para limpiar los pisos. Lo mismo para ahuyentar moscas y mosquitos, y para prevenir los piojos. Jabón blanco: Para lavar los platos, limpiar aparatos de limpieza, cocina y mesadas. Probamos usarlo para lavar la ropa. A mano funciona muy bien, también para las manchas difíciles, pero en el lavarropas, no era tan eficiente como el jabón específico para ello en polvo o líquido. Incluso lo intentamos rallándolo pero la ropa quedaba sucia. Puede que también tuviera que ver con el agua.

Cuarto paso: Alimentación

En casa nunca hubo gaseosas o jugos, ni los azucarados ni los que vienen con edulcorantes artificiales. ¿Por qué? Simplemente porque para calmar la sed nada mejor que el agua. Todavía había leche, manteca y sus derivados. Palucho hacía yogurt casero. Dejé el café, el cual solo tomo muy esporádicamente cuando salgo. Incorporamos té (a excepción del té negro, que no me gusta), semillas, harina de salvado (achicamos el uso de harina blanca), azúcar integral, frutas secas, legumbres, avena (desayuno con granola casera, un clásico de nuestras mañanas invernales) y por supuesto, mucha verdura. Vino y cerveza, si nos juntábamos con amigos, bastante espaciado (¡teníamos mellizas bebés!). No dejamos la carne ni algunos congelados. Los huevos eran del súper (los de granja valían oro) pero el chocolate que comprábamos era el que en la góndola estaba con los alimentos para celíacos. Mucho más puro, comías menos cantidad y saciaba, dejando un gusto agradable en el paladar. Cada vez era menor el tamaño de nuestro carrito en el súper y mayor la bolsa en la dietética. Sin embargo, todavía arrastrábamos algunos consumos dudosos, como la crema, la leche, la panceta y las patitas de pollo. Tiempo al tiempo.

Con el correr de los años voy entendiendo que los tiempos personales no son iguales a los exigidos por el afuera. Muchas veces he probado cambios radicales que no han funcionado y tiene que ver con imponer una velocidad a los procesos que no es el que tienen. Pero haciendo el repaso, veo que cada pasito aportó a esa búsqueda con la que iniciamos esta nueva manera de vivir.