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A finales de 1934, en el inicio del Tercer Reich y desde Francia, Simone Weil escribía sus pensamientos
en cuadernos escolares a sus veinticinco años de edad. Una colección de reflexiones sobre el contexto social y político en el que se encontraba, que por el año en el que estaba era inevitablemente oscuro. Hablaba con sinceridad, casi como si de un diario se tratase.
La generación cuya vida es únicamente espera febril del futuro vegeta, en todo el mundo, con la conciencia de no tener ningún futuro, de que no hay lugar para ella en el universo.
Escribía, antes de explicar con frustración las trapas de la tan prometida revolución que se le había planteado y decaía estrepitosamente desde 1789.
En su estudio de la opresión y la libertad social, le preocupaba que el conocimiento quedase relegado a un grupo privilegiado de técnicos por convertir el método científico y el desarrollo de maquinaria en un conocimiento cerrado, secreto y lo suficientemente complejo como para ser casi inalcanzable.
Aceptamos con demasiada facilidad el progreso material como un regalo del cielo (…) hay que mirar de frente el precio que impone su realización.«
Expone, para introducir el hecho de que un sistema de trabajo demasiado opaco puede caer en el peligro de desarrollarse por y para ampliar esa maquinaria, perdiendo el sentido de colaboración. Porque, según la autora, la colaboración individual tiene sentido para el proyecto común.
En la actualidad, el desarrollo del software libre a lo largo de los años ha ido desenfocando el común objetivo que se planteó desde la idea de comunidad, y se tambalea; podría caer en la tiranía de un círculo de trabajo sin sentido. Si bien las palabras y pensamientos de Weil venían directamente influenciadas por el contexto histórico que vivía (una promesa rota de revolución, el crecimiento de «movimientos autoritarios y nacionalistas» como expresa ella misma o los intentos incompletos de estudiar la desigualdad social) e inspirados por una idea de libertad no individual (expresaba sobre todo desde el acercamiento al trabajo de Rosa Luxemburgo) sus reflexiones podrían pronunciarse hoy sin perder su sentido; especialmente sus ideas sobre la tecnología. El movimiento (que ya se ha empezado) de desarrollo de software libre tiene fuerza, tiene bases y recursos, pero está en un momento clave y peligroso. Cuanto más inestable sea el momento más fácil es cerrarse al entorno seguro que se conoce, fallando en mantener un sentido práctico.
Quizás, aunque cueste, hay que escuchar las voces del pasado cercano que nos avisan de que, en tiempos donde la desigualdad social y los movimientos totalitarios toman la iniciativa, la colaboración debe ser más fuerte que nunca. Como ya se preveía entonces, la tecnología supone un pilar social y la forma en la que se desarrolle definirá el futuro. Como Weil en su tiempo, algunos miembros más recientes de la comunidad de software libre nos sentimos con la frustración de una promesa de revolución que nunca llega, porque se asume que no hay hueco para ella y en los mejores casos se piensa en ella como un recurso lejano que algún día surgirá espontáneamente. Pero mientras llega el momento perfecto
el mundo sigue su mismo ritmo, no espera que la comunidad se aclare, y por eso un esbozo de acción imperfecto pero encaminado puede abrir paso a nuevas ideas. Una comunidad colaborativa por tanto debería proteger el sentido del trabajo individual como parte de un colectivo, un colectivo que ha evolucionado con los años. Ha evolucionado porque el discurso que necesita apoyarse en el software libre es aquel que se apoya en la transparencia de la información para evitar la opresión, y esa diversidad es necesaria en cuanto lo es el sentido de comunidad. La tecnología no es nada, es una herramienta vacía y un ente sin sentido si no tiene entidad en el mundo real.
Durante varios días, algunas compañeras hemos explicado repetidamente en distintos foros la necesidad de crear entornos seguros
de involucrar la tecnología con la sociedad en un contexto diverso. La necesidad de esto es tan práctica como escribir adecuadamente una línea de código, porque precisamente hablamos de eso: comunidad de software libre. Eso implica trabajar a partes iguales en la creación de herramientas transparentes y en asegurar que no se crean estructuras de opresión, porque sin eso último la transparencia de unas líneas de código pierde su sentido.
Esto implica escuchar, reflexionar y trabajar constantemente por mejorar, pensar frecuentemente si el trabajo ha perdido su sentido y por qué se está liberando ese código. Si en un discurso cabe la transparencia de código pero no pasa por escuchar o aprender sobre la comunidad en la que se está liberando, inspira un aire de exhibición antes que de colaboración, y envenena la libertad que supondría una tecnología para todo el mundo. Si una estructura tecnológica fomenta la idea de que el conocimiento es opaco, difícil e inaccesible no hay ninguna revolución en ese código, sólo un traspaso de poderes.
Es por esto que las causas, el contexto y sobre todo el sentido del código abierto es relevante para decretar si éste es también libre. Muchas no queremos esperar a una revolución futura, queremos mover una tecnología abierta ahora, aunque todo lo que tengamos delante se presente desesperanzador. Es más: precisamente por eso queremos software libre.