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Dale salida a la mierda que te corroe por dentro, o ella acabará contigo
Allí no estaba San Pedro para abrirte la puerta del cielo. No estaban tus familiares esperándote, ni la paz eterna, ni habían 7 vírgenes a tu disposición.
El mas allá no era como nos habían dicho.
Una ciudad gris que se perdía en el horizonte, un cielo gris donde no se veía jamás la luz debido a la contaminación. Hombres, mujeres y niños cabizbajos en largas filas, vestidos de negro, entrando como autómatas en inmensas fábricas, mientras enormes demonios alados vigilaban desde sus almenas.
El alarmante decrecimiento de la población mundial hizo que los gobiernos de todos los países, tras una cumbre del máximo hermetismo posible, lanzaran campañas de embarazo.
La mayoría de los bebés, al más puro estilo macrogranja, servirían de alimento para la nueva raza.
Alguno explicaba como había hecho los pimientos rellenos que cenaron ayer él y su novia, la cual quedó muy satisfecha.
Otros criticaban a una compañera de trabajo, para inmediatamente después, empezar a criticar a otra.
Los había que explicaban sus recientes vacaciones en Nueva Zelanda, y otros chuleaban de coche nuevo.
También había quien explicaba los primeros pasitos de su retoño, e intercambiaba pareceres de los hijos de otras dos amigas.
Y no faltaba el que comentaba el último capítulo de la serie que causaba furor entre los que no tenían ni idea de series.
Él los miraba distante, altanero, con unas nauseas que asomaban a su boca. Se levantó y cerró las puertas del Café.
Daba igual de qué hablara toda esa gentuza, en unos minutos estarían todos muertos.
Jamás habíamos imaginado un horror similar.
Había llovido ranas, insectos, pero cuando empezó a llover cuerpos humanos mucha gente no pudo soportarlo.
Cuando empezaron a caer los cuerpos, se llevaron por delante numerosas vidas.
Refugiados en casa podíamos oír, aterrados, los golpes en los tejados, en los vehículos aparcados y los crujidos de los huesos triturándose contra el asfalto.
Son las 3:04 de la madrugada y ya se ha activado la maquinaria de mi insomnio. La oscuridad me absorbe aunque la vestigial visión nocturna me permite adivinar formas.
Un goteo insistente llega del lavabo. Me dispongo a hacer callar al soberbio ruido que rompe el silencio, pero el rítmico "clock, clock" en Fa sostenido dota la escena de cierta musicalidad, ruidos inadvertidos que mi insomnio multiplica por 10.
Allende las escaleras se escucha cerrarse la puerta de la calle y unos pasos se adentran. Taconazos contundentes y firmes a cada escalón. Llaves, mecanismo de cerrojo y puerta que se cierra. Silencio. “Clock, clock, clock”.
Un grifo se abre, la maldita presión hace subir el agua rompiendo el oxímoron del silencio atronador nocturno; es irónico.
Cuando cesa el ruido oigo durante unos segundos mi propia sangre circulando por mi sistema auditivo, que enseguida se acostumbra y pasa desapercibido. Quizá no exista el silencio absoluto.
Me llega un ligero "pom, pom, pom" que se acelera por momentos, ¿quien se pone a colgar cuadros a estas horas?. Un gemido me saca del error. Gemido femenino, luego masculino. La vecina del tercero folla casi cada noche. Siento una erección y mi mente enferma se imagina la escena. De repente silencio.
Alguien baja una persiana, de nuevo la presión del agua, más tenue; "clock….. clock".
Ruido en la calle. Se oye un motor y un mecanismo se pone en marcha y me recuerda que no bajé la basura. Mañana posiblemente estrenaré el contenedor recién vaciado.
"Clock, clock", "pom, pom, pom", segundo asalto. Tos fumadora, pasos descalzos, el vecino de arriba se mete en la cama. "Clock, clock", "pom, pom, pom", gemidos, silencio, "clock, clock".
Cogí el estuche de encima del mueble. Mi difunto padre lo dejaba ahí arriba pensando ilusamente que nadie lo iba a encontrar. Abrí aquel estuche y al ver su contenido se me dibujó una sonrisa de oreja a oreja.
Aquella era la noche señalada. Me dirigí por la mañana al edificio Astorga. "Lo importante es saber esperar, muchacho, esperar es un arte" me había dicho cien veces mi viejo.
Me senté al resguardo de un techado en la azotea del edificio. Hacia sol y para ser finales de diciembre no hacía nada de frío.
Pasaron las horas y la gente fue agolpándose en la Plaza Real. Ya había anochecido y empezaba a escucharse por la megafonía instalada la clásica canción de Mecano que ponían siempre para fin de año.
Ya faltaba poco. Monté el cacharro y me preparé. Que cansina era la gente, cada año lo mismo: falsedad, consumismo, risas histéricas de gente histérica que intentaba a toda costa ser feliz. Mis náuseas amenazaban de nuevo. "La meditación es imprescindible para calmar los nervios previos al acto" me había dicho mi viejo cien veces; y funcionó.
En breve todas las cadenas de televisión volverían a explicar, como cada año, el funcionamiento de las campanadas, como si fuésemos estúpidos (igual lo somos).
Estaba seleccionando a mis víctimas a través de la mira telescópica cuando los cuartos empezaron a sonar. "Respirar, apretar y expirar es la clave para dar en el blanco" me había dicho mi viejo, el malparido General del Ejercito de Tierra, cien veces.
La primera campanada llegó, como algo nuevo, ilusionante, como la primera víctima que cayó al suelo. Después la segunda, la tercera, la cuarta... la doceava víctima.
Algunos se dieron cuenta de lo que sucedía y empezaron a gritar y a correr en todas direcciones, como pollos sin cabeza; fue gracioso, pero la mayoría aplaudía y abrazaba a quien tenía al lado, aunque no lo conociera de nada, ese mismo al que en otro día del año reventaría a ostias por una discusión de tráfico o porque no ha recogido la caca de su perro.
Doce ya no tendrán que sufrir por esas cosas, he cumplido sus deseos, en este nuevo año todo irá mejor.
Se sube al ascensor y se queda justo en la puerta, y aunque hay más gente que quiere subir, no se aparta. Los demás tienen que hacer maniobras para esquivarla. Una mujer con un cochecito de bebé desiste ni si quiera de intentarlo.
Bajamos todos en la planta baja y salimos del local. Ella se adelanta empujando a una pareja de abuelos que caminan con dificultad y avanza veloz calle arriba. "Alguien debería enseñarle educación" dice el abuelo atrayendo hacia si con ternura a su octogenaria esposa.
A unos 20 metros se para a hablar con unos amigos. Forman un corrillo que ocupa toda la acera, ella en el borde. Llego al grupito y, pese haberme visto llegar, ninguno se aparta.
- ¿Me dejáis pasar, por favor?- me miran mal y uno de ellos se aparta, pero tan poco, que el espacio es insuficiente. Ella ni se inmuta. Mi cabreo va en aumento. En ese momento veo acercarse el camión de la basura. Cuando llega a nuestra altura la empujo. Su cara de sorpresa pronto se desfigura bajo las ruedas del camión.
Un claxon me devuelve a la realidad.
- ¿Me dejáis pasar, por favor?.
Pommm, pommm, ruidos en la calle, los vecinos duermen.
Pommmm, crassshhh, ruidos en la calle, los vecinos se despiertan, se quedan quietos en sus camas, escuchando.
Ruidos, pommmm, crassssh, clannnnnk.....
"Será la recogida de muebles viejos" piensan unos; "será el basurero que hoy se retrasa" piensan otros, intentando autoconvencerse sin mucho éxito. "Bah, no parece que sea cerca de este bloque", piensan otros.
Parece que.... parece.... nadie mira a ver qué pasa, pero nadie duerme.
Una noche más se había quedado dormida en el sofá. El temporizador había apagado la televisión hacía rato y ella se despertó sobresaltada al oír un chasquido. Pensó que lo habría soñado, pero cuando se levantó para ir a la cama volvió a oírlo, parecía que viniera de la portería.
La casa estaba en las más absoluta oscuridad pero se la conocía muy bien, así que sin abrir la luz se dirigió a la puerta y miró por la mirilla. Se sobresaltó al ver una figura espectral delante de su puerta, que se adivinaba entrecortada en la oscuridad, de perfil, quieta y tambaleante, que de golpe giró la cabeza para mirarla con su cara fantasmagórica.
Se fue corriendo asustada a través de la oscuridad a su habitación, palpitando de miedo, y se metió en la cama tapándose la cabeza, sudando y temblando de miedo escuchando por si se rompía el silencio. Notaba las embestidas de su corazón que iba a mil. Poco a poco fue calmándose, convenciéndose a sí misma de que se lo habría imaginado. A veces la oscuridad y el silencio juega malas pasadas, hasta que de repente oyó otro chasquido, más fuerte, más cerca. Se giró para cambiar de posición y a su lado estaba la figura espectral mirándola, pálida, putrefacta y fría, tan fría que le heló el alma para siempre.
"Así va el país", oigo de unos abuelos franquistas.
"Así va el país", oigo de unos gafapasta cercanos a Podemos.
"Así va el país", oigo a unos perroflautas pseudoanarquistas.
Yo sigo caminando, pensando que todos creen tener la solución a los problemas de España, y claro, así va el país.
Nos iremos a la colina del árbol solitario, y comeremos hasta hartarnos, y follaremos como nunca, y nos sentaremos para ser testigos, pocos momentos despues, en primera fila, del fin del mundo cuando el meteorito que ya se divisa, acabe con la vida en la Tierra.
¿Te acuerdas de lo que queríamos ser de mayor?, tú astronauta, yo veterinario.
¿Te acuerdas de aquellas tardes de verano, cuando decías que habías nacido para hacer algo importante en la vida?, fueron pasando los años y aun nadie sabe quien eres.
¿Te acuerdas de aquella chica que te gustaba en segundo de instituto, con la que te daba vergüenza hablar, la que tenía que ser la madre de tus hijos?. Nunca diste el paso y hoy es la madre de los hijos del tonto de Rafa.
¿Te acuerdas de tus primeros libros de poesía?, yo guardaba tus bocetos, "algún día, cuando seas famoso, diré: Yo estuve en sus inicios".
¿Te acuerdas cuando decías que tenías en la punta de los dedos el ascenso?. No terminaste a tiempo el trabajo, quizá te despidan, pero que más da, el cáncer se te llevará pronto y todos tus sueños se irán contigo.