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No es casualidad que los comentarios o las reseñas de alta costura estén impregnadas de lirismo. Y no es tan difícil car en algo así -común también a cualquier otro campo-, sobre todo cuando lo que es evocado por lo que se analiza es el mundo de las sensaciones, los estados de ánimo, entre otros. La reflexión debe inclinarse más hacia lo filosófico o lo fenomenológico y aún a una hermenéutica o bien, hacia lo técnico.
Así que, apoyado en esta premisa, hablar de una fenomenología del vestir implica ir a las raíces de los sentidos en cuanto a portar una prenda. Hermenéutica y semióticamente, enfocarse en su construcción simbólica social, histórica y culturalmente. Así, por ejemplo, el no.1 del Close Up Fashion Art Book (30 jun 2014), incluye en sus páginas una serie de fotografías de algunos vestidos de Sylvie Facon que combinan artes plásticas y costura. Esta relación se significa desde el epíteto que Facon misma usa a su favor: créatice textil (creadora textil), lo cual va más allá de «diseñadora» al añadir: styliste, modéliste, peintre...
Estas palabras, evientemente centradas en el contexto de la Haute-Couture elevan la categoría del vestido al arte. Ya en 1946 se inaugura el Museum of Costume Art junto al Metropolitan Museum of Art, concibiendo el trabajo textil en su contexto de exlusividad como un tal. Un arte fugaz, sin duda, atenido, como todo, a códigos culturales, creando otros y en este caso particular, enlazado a los elementos retóricos de belleza propios del arte figurativo como la escultura (monumental; conmemorativa) o el retrato.
Lo interesante de la muestra de Sylvie Facon es esta relación que, en el nivel de la representación, consta en tomar un papel: el papel cultural que tiene el arte plástico al lado de la tela trabajada. En otras palabras: la exlusividad y lo único.
Los temas son de carácter medieval y paisajistas (casi bucólicos); autoreferenciales (conteniendo una figura femenina que luce un vestido suntuoso). Asimismo puede notarse que el vestido sirve de marco para la imagen o inclusive, es el lienzo mismo. Un lienzo de algodón o en jacquard con miras a una configuración orgánica que, a la manera de la pintura de las vanguardias (Picasso, por ejemplo, aunque sin una forzosa referencia explícita y conciente a su obra), quiere que lo representado se vuelva tangible; se desprenda del lienzo y grite su existencia en un intento de ser más allá de la representación. Así puede apreciarse, en la imagen anterior, que un árbol está en relieve y que la vegetación boscosa forma la parte inferior delantera del corset damasceno.
La costura de algunos de estos vestidos suele tener evocaciones orgánicas: hojas, troncos de árbol y ramas. En este caso, el vestido mismo remite a lo que Facon llama «escultura». Este tema más o menos común en sus vestidos les hace casi teatrales. De hecho, la mejor forma de presentarlos es en relación a un paisaje orgánico, donde el vestido cobra el carácter del camuflaje. Así, junto a la máscara pero sin la función de ocultamiento, estos vestidos están hechos para lucirse en un escenario bucólico o fantástico, en contraste con la forma cotidiana o, incluso, lo citadino.
Con todo, fuera de su escenario más adecuado, estos vestidos se componen como elementos diacrónicos dentro de la sincronía de los acontecimientos cotidianos y, en este caso, como la irrupción metafórica del mundo simbólico que representan. Tan sólo imagínese una mujer que llevara puesto esta clase de vestido en la acera de una metrópoli. La antítesis, tal vez, sería muy afortunada, surrealista: un árbol femenino, andante; una sátira «elegante» de nuestro tiempo.