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RELATOS PARA NO DORMIR

EN LAS SOMBRAS

-1-

Salió tarde del trabajo, como iba siendo habitual últimamente. Llegó a casa y sintió más fuerte que nunca la familiar sensación de ausencia. A pesar de que ya hacía muchos años que su hermano pequeño falleció cuando aún eran unos críos, aún sentía su ausencia al llegar a casa.

Se sentó en el sofá y se quedó unos minutos mirando a la nada, haciéndose la misma pregunta que se hacía siempre: "¿porqué tuvo que dejarnos?"

Tras no hallar respuesta se levantó, se dirigió a su habitación para ponerse algo más cómodo y luego se hizo la cena.

Mientras cenaba en el comedor con solo la televisión como única fuente de luz, se acordaba de lo que le dijo en una ocasión una pitonisa. Una vez terminó de cenar, se tumbó en el sofá y antes de dormirse le dio las buenas noches a su hermano a media voz.

-2-

— De verdad Jess, te irá bien, hazme caso. Hace ya casi 10 años desde que tu hermano se fue. No te sigas aferrando al recuerdo, tienes que pasar página, ven a verla, te ayudará.

— No creo mucho en estas cosas, ya lo sabes.

— Cuando la conozcas cambiarás de opinión. No pierdes nada.

Jess no creía en adivinas, curanderos ni nada que se le pareciera, creía que está gente era un timo para aprovecharse de la debilidad de las personas, y ahora su mejor amiga le recomendaba que fueran a una.

Quedaron por la mañana antes de ir al trabajo para hacer un café y después fueron al barrio gótico, a un piso donde la pitonisa tenía la "consulta". Cuando llamaron al timbre y la adivina preguntó “¿quien llama?”, Jess no pudo reprimir una sonrisa al acordarse del chiste, "pues vaya mierda de adivina".

Abrió la puerta y las hizo pasar. A Jess la llevó a un cuartito y la sentó a una mesa redonda con un mantel de colorines y flecos y llena de artilugios de todo tipo.

— Sé que no crees en estas cosas niña, puedo verlo en tus ojos, aún así estás aquí. Enciende esta vela y hecha sal alrededor— Jess le hizo caso.

— Muy bien niña, dame la mano— cuando Jess le tendió su mano, la pitonisa abrió mucho los ojos y se la apretó temblando. Se la soltó de golpe y Jess se asustó.

— ¿Qué pasa?

— Nada...

— ¿Como que nada?, ¡si está sudando!

— Cuídate de las zonas en sombra, evítalas, nada más.

— Pero...

— ¡Nada más!, ya puedes marcharte, no te cobraré nada— Jess se marchó inquieta.

— ¿Qué te ha dicho?— le preguntó su amiga Laia.

— Nada, no debería haber venido.

Cuando la sala quedó vacía, la llama de la vela que había encendido hizo una repentina elevación de color azulado, la sal tomó un ligero color negro y en el ambiente podía olerse cierto olor a putrefacción.

-3-

Estuvo varios días dándole vueltas a lo sucedido. Pese a no creer en esas cosas lo cierto es que algo había ocurrido y eso la inquietaba. Dos semanas después decidió visitar ella sola a la pitonisa. Cuando abrió la puerta y vio a Jess dijo:

— Sabía que volverías, pero has tardado.

— Si, bueno, no creo en cosas paranormales, pero aquel día usted se asustó mucho, y me asustó a mi, ¿Qué fue lo que vio?

— Nada, nunca veo nada, solo noto corrientes sensitivas que me guían. Lo que percibí fue algo muy poderoso que sólo había sentido en una única ocasión, hace más de veinte años.

— ¿Y qué fue, qué sucedió, porqué lo de las sombras?

— Muchas preguntas difíciles para explicarle a una incrédula. Sólo te diré que debes evitar las sombras, las zonas oscuras. No pases nunca por debajo de un puente ni entres en ningún túnel. Evita la oscuridad y si no tienes más remedio, lleva siempre contigo una fuente de luz, una linterna o similar.

— ¿Pero por qué, qué sucede, que puede pasarme si no sigo sus consejos?

— mmmm, deja ya de preguntar, niña.

— Sólo una pregunta más, ¿Qué pasó hace veinte años?

— Mira niña, no quiero asustarte más, haz lo que te digo y no tendrás nada que temer— hizo un gesto que indicaba que se había acabado la visita. Jess salió de la consulta y justo antes de que saliera, la pitonisa le dijo:

— El hombre al que le pasaba lo mismo que a ti murió en extrañas circunstancias, con un rictus diabólico en su cara. Su cadáver se descompuso en solo hora y media— Jess se quedó helada.

-4-

Muchas veces se quedaba absorta en sus pensamientos. Habían pasado algunos años desde la visita a la pitonisa, pero sus palabras aun resonaban en su mente como si se las hubiera dicho ayer.

La pitonisa desapareció a los pocos días y no pudo volver a hablar con ella. Necesitaba respuestas, así que durante todos estos años fue visitando a otras pitonisas que resultaron ser timadoras de tres al cuarto, entonces empezó a buscar información en círculos más profesionales.

El último en visitar fue el gabinete Alfa/Omega, un grupo de videntes, parapsicólogos y espiritistas. Allí le dijeron lo que la pitonisa no se atrevió a explicarle, le habían dicho que en las sombras se ocultaban los espíritus de los muertos. En principio esos espíritus son de familiares cercanos y están para proteger a los vivos, pero en ocasiones esos espíritus se vuelven egoístas y su misión es hacerse con el alma de la persona a la que protegen. Tenía dudas de si la pitonisa se asustó de lo primero o de lo segundo. Aunque nunca había dado señales de estar ahí, Jess lo presentía, notaba su presencia, y siempre saludaba a su hermanito, por si estaba en las sombras.

Se habituó a llevar siempre una linternita de luz de botón de esas que iluminan lo suficiente y que llevaba en el llavero. Como le dijo la pitonisa, evitaba las zonas de sombra oscura como la que hacen los puentes anchos, los túneles y sobre todo, la noche.

Encendía la linterna y se iluminaba una zona bastante amplia al rededor de Jess.

Para acceder a su trabajo tenía que subir por unas escaleras de un callejón estrecho, así que encendía la linterna. Cuando salía de trabajar era peor porque últimamente casi siempre salía de noche.

-5-

Una mañana calurosa de primavera Jess subía por las escaleras camino de su trabajo cuando la linterna empezó a parpadear. Era síntoma inequívoco de que había que cambiarle la pila "a la hora de comer me acerco a la tienda" pensó Jess, pero después de comer volvió al trabajo sin haber ido a la tienda. Cuando tuvo que encender la linterna apenas emitía luz "mierda, espero que dure para esta noche". Al salir de su trabajo siendo ya noche cerrada, encendió la linterna, que apenas daba luz. Mientras bajaba por las escaleras la linterna se apagó y a Jess casi se le paró el corazón... pero no ocurrió nada. "A lo mejor todo es un cuento, solo supersticiones". Transcurridos unos minutos se sintió aliviada y tonta por haberse creído durante tantos años una historia como aquella; recuperó su incredulidad. Continúo caminando hasta la parada del autobús, cogió el N7 y se marchó a casa.

Al día siguiente era caluroso viernes y eso significaba que salía de trabajar a la hora de comer. No desayunó porque esa mañana no tenía hambre, raro en ella, así que cogió su bolso y se marchó a trabajar.

Cuando acabó de trabajar se marchó corriendo como hacía siempre, ¡empezaba su fin de semana!. Bajando por las escaleras se dio cuenta de que había refrescado mucho, hacía autentico frío aunque la gente iba con manga corta. Vio a su amiga Laia caminando por la calle a unos metros, la llamó pero no la oyó. Bajó corriendo mientras la llamaba, pero Laia no se giraba, parecía no escucharla. Se le acercó y la cogió por el brazo mientras las llamaba por su nombre. No fue capaz de asirla del brazo, no entendía que estaba pasando. Laia continúo caminando como si nada. Cada vez tenía más frío y estaba más confundida, estaba nublado pero extrañamente podía ver las sombras de los objetos como si hiciera sol. Se dio cuenta de que realmente hacía sol pero ella percibía oscuridad, y pese al frío que hacía la gente iba en manda corta; no entendía nada. Sintió una presencia a su lado y giró la cara. Allí mirándola con una sonrisa burlona estaba su hermanito de seis años, con la misma ropa que llevaba cuando murió. Estaba muy pálido y sus ojos estaban apagados, sin vida... sin vida.

Jess empezó a comprender, supo que había pasado al otro lado, que la pitonisa tenía razón y que en su caso, su hermano se había vuelto egoísta, como dijo el gabinete Alfa/Omega.

Su hermanito la cogió de la mano y la llevó a las sombras que proyectaban los edificios del callejón sobre las escaleras.

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