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Cuando nos quisimos dar cuenta ya era demasiado tarde.
Existía en aquella época un sistema de comunicación llamado internet, sobre el cual se aplicaban unos programas de mensajería llamados redes sociales.
Sus inventores engañaron a todo el mundo con el pretexto de que era para interconectar personas, pero la realidad se reveló años después; servía para monitorizar poblaciones y para recopilar datos que luego se vendían al mejor postor, enriqueciéndose en poco tiempo.
Millones de personas compartían enfermizamente las mismas cosas: vídeos de rusos pegándose, fotos de gatitos o de bebés, chicas con escasa ropa posando de una manera totalmente artificial, etc. Todos conocían al "negro del whats app" o "el hámster triste". Y de ahí se acuñó un término: contenido viral.
Se hacían retos que al principio eran muy inocentes y simples. Hacerse una foto con la cabeza dentro del horno o tirarse un cubo de agua por encima. En poco tiempo los retos se fueron sofisticando. Ahora se grababan vídeos de gente que bailaba disfrazada al ritmo de una música, “Harlem shake” le llamaron, o se quedaban quietos como si estuvieran en 'pausa', a este le llamaron “Maniquí challenge”.
Todo iba muy rápido y todo era muy efímero. Si hace unos días el "maniquí challenge" era lo más, ya nadie lo hacía porque ahora estaba de moda cualquier otro reto inútil.
La gente, con sus mentes vacías y absorbidas por estas redes, repetían como papagayos los retos que, no se sabe muy bien como y por qué, alguien proponía.
Los que no estaban en esas redes sociales eran apartados de los grupos de conversación, no tenían visibilidad alguna en un mundo en el que las relaciones personales se medían en "likes" o "followers", así que muchos no querían quedarse aislados de esa nueva sociedad tecnológica y, siendo arrastrados por la deriva social, se abrían cuenta en dichas redes para hacer lo mismo que el resto y ser guay.
El contenido viral fue aumentando en complejidad y en peligrosidad. Ahora consistían en saltar de balcón a balcón, hacer equilibrios en las cornisas de los rascacielos, o acabar suicidándose siguiendo previamente unas pautas que iban de menor dificultad a mayor, lo que se conoció como "ballena azul".
Millones de personas haciendo lo mismo, millones de personas compartiendo lo mismo.
No vimos nada malo en eso, nadie sospechaba el peligro que entrañaba, hasta que ya fue tarde.
No queda mucho que comer. Ahora todo crece por doquier. Donde antes había habido grandes carreteras de asfalto, ahora hay espesa vegetación. Han vuelto a verse animales que pocos recordaban que existían y hay que espabilarse para cazarlos.
Pero no nos desviemos. Llegó el día en el que un contenido se hizo tan viral que poca gente pudo resistirse. El reto consistía en meter en una lata una serie de productos, los cuales algunos costaba de encontrar, lo que dio más fuerza al reto. La idea era mezclar los componentes, cocinarlos y la pasta resultante meterla en una lata y prenderle fuego. Al quemarse la sustancia se originaba una humareda de colores muy espesa y bonita; tan bonita como mortal.
La gente empezó a quemar esa sustancia, incluso hubieron retos en grupo y retos que batían los retos quemando pasta en recipientes cada vez más grandes.
Nuestra estupidez tenía los días contados. El germen de la extinción estaba en el aire. Lo que tantas horas de diversión nos dio, también fue nuestro verdugo.
Al cabo de unos días la gente empezó a enfermar. Plaga primero y pandemia después, para cuando se quiso hacer algo ya era demasiado tarde.
Con dos tercios de la población mundial muriendo, el sistema colapsó.
Ya no había suficiente gente para levantar el mundo. Como no había gente en las fábricas no se fabricaban materiales para construir o reparar, aunque tampoco había personal de mantenimiento que pudiera reparar nada, por lo que todo empezó a fallar: estaciones de electricidad, agua, transporte... Las centrales nucleares estaban desprovistas de sus operarios, por lo que no había nadie que pudiera controlar los núcleos, así que tuvieron que apagarlas por seguridad. La oscuridad inundó las ciudades.
La gente empeoraba y no habían sanitarios para cuidarlos, ni investigadores que descubrieran qué pasaba. Todo se retroalimentaba, todo era destrucción, éramos unas enormes fichas de dominó cayendo en cadena.
La economía se desplomó y los países entraron en el caos más profundo imaginable. Cayeron gobiernos, la policía dejó de existir. De repente aquellas películas distópicas y sucias que habíamos visto cien veces se hacían realidad, y era peor la realidad que la ficción; aquí no habían héroes que te salvaban en el último momento, vivíamos en un Mad Max continuo y despiadado. La naturaleza humana, sórdida y egoísta, una vez más salió a la luz, quitándose la careta de buenas personas. Ya nadie era amigo de nadie, o matabas o te mataban, y se dio rienda suelta a los más oscuros pensamientos. Los más débiles caían como moscas, torturados por diversión a veces, por que ya no habían redes sociales para distraerse. Se violaba a las mujeres, ya no había policía. El más fuerte sometía al más débil, ya no había gobierno que lo regulara. Tal vez hubiera sido mejor haber “muerto de reto”, como solía decirse.
Para cuando los pocos que pudieron salvarse de la muerte por reto se despellejaron unos a otros, ellos dieron la cara. Aquellos seres bajaron de las estrellas y barrían toda forma de vida humana que encontraban con sus armas de exterminio.
Pocos somos los que pudimos salvarnos. Luditas nos llamaban unos, anticuados otros. El caso es que mantener la tecnología alejada de nosotros fue nuestra salvación, y ahora malvivimos como podemos, organizados en una colonia que alberga miles de vidas. No se si vale la pena.
Estos seres mecanizados no son tan inteligentes como parecen. Llevamos varios años ya viviendo en las cuevas naturales fuera de las ciudades. No parece que sean tan inquisitivos cuando no hay tecnología de por medio. Nos dimos cuenta en la ciudad. Pese a no usar tecnología nos encontraban y nos intoxicaban en segundos con sus armas. Fuera de las ciudades las cosas son diferentes. Solo acudimos a ellas para avituallarnos de comida y enseres de primera necesidad, sobre todo medicamentos. Utilizamos los sistemas de alcantarillado.
Una de las veces que el comando de incursión regresó trajeron a uno de esos bichos. Resulta que están formados por un exoesqueleto y dentro hay una vida, pequeña y débil. "Moriréis, moriréis" gritaba continuamente, "por qué" pregunte yo. "Sois una plaga peligrosa para el universo. Habéis colonizado vuestro propio planeta a través de guerras, muerte y destrucción. Antes de que vuestra especie colonice y cometa genocidio con otras formas de vida, os exterminaremos, por el bien del universo". Dicho esto con su gutural voz y extraño acento, murió.
Estaba claro el asunto y, siendo sincero, pensando en las palabras de ese ser, tenían mucha razón. El ser humano es una plaga que por donde pasa lo destroza todo. No sabemos vivir en paz y armonía, respetándonos y respetando nuestro entorno. Es ahora y en la colonia siguen peleados unos con otros, empecinados en imponer su disciplina.
Me he ofrecido voluntario para ir a una incursión a la ciudad. Viene el frío y debemos recopilar víveres o moriremos de hambre.
Está decidido, lo traeré a la colonia y lo activaré. Espero que quede alguno, los asaltos de hace años fueron feroces.
He encontrado tres. Ha costado poder escaparme a la planta de electrónica del centro comercial sin levantar sospechas. Estaba todo destrozado, pero aun quedaba alguno. Nadie los quería después de lo ocurrido, y me los he traído a la colonia. Dos de ellos funcionan, aunque tienen poca batería. El otro no se enciende.
He dejado uno en el extremo sur-oeste de la colonia, a unos 30 kilómetros, y el otro lo tengo yo, en el extremo nor-este.
Ya oigo el zumbido, ya vienen. Empieza a vibrar el suelo y la cabeza parece que vaya a explotar. La gente huye, no sirve de nada, caen como moscas. Unas 30 mil personas morirán en pocos segundos.
Me siento feliz, ¿sería esta sensación la que sentía tanta gente con los retos en aquellas redes? Ya da igual.
Ahora el universo estará un poco más a salvo.
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