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De las reflexiones lacanianas respecto de la figura de Hamlet, puede extraerse esa precisa conclusión sobre su deseo: que sólo puede realizarse mediante su propia muerte. Mientras Hamlet "no sabe lo que quiere" en un momento, descubre que su deseo, supeditado fantasmalmente al Otro, ese ése que sólo puede verse cumplido en lo que lo ha hecho procrastinar la venganza de su padre y que está prefigurado en esa frase «to be or not to be».
En todo ello, Lacan reconoce que Hamlet es distinto a Edipo, pero inmerso en ese oleaje desesperado en el que se vincula el deseo con la madre. Más que amor, lo que funde el escenario y las palabras del personaje de Shakespeare, es, precisamente, lcorona de los desastres inminentes, el conjuro de la inclinación por el desenlace de los suicidios ejemplares: el deseo.
Pero hasta el momento estos dramas habían sido protagonizados por los hijos. Womb (Benedek Fliegauf 2010), por ejemplo, contiene la narración de la madre, con singular representación de lo femenino en la que Rebecca va de la amiga niña a la amante y, finalmente, una madre que pierde a su hijo. Pero es esta inclinación por lo que implica el deseo por lo que uno puede preguntarse si es la seducción por la posibilidad misma del proyecto -inadmisible para otros- hacia la realización del deseo propio y que puede acabar en una catástrofe (recuérdese: de buen o mal astro) o, se trata de obtener como objeto de deseo al amante.
¿Qué desea Rebecca, el desastre o el amante? Aquí parece manifestarse la genealogía de lo incierto como horizonte del deseo. Algo busca obsesivamente Rebecca al clonar a su amante Thomas y -en una maravillosa inversión de Yocasta- darle nido en su vientre hasta la cesárea y acogerlo como madre. Criar al clon del amante como historia alternativa que superara la muerte de él (a pesar del ethos ateo de los padres de Thomas).
No es banal que Rebecca sea matemática y trabaje diseñando software para detectar pequeñas fisuras subterráneas... ¡Vaya síntoma! Vaya metáfora inconsciente de aquello hacia donde va y acaso no le importa que suceda; que no pueda ver. O será que el diseño de algoritmos para un programa así es de una meticulosidad por captar aquello que pueda volverse un desastre...
Seducida por aquello que le brindaría su deseo, cualquier circunstancia no es obstáculo para lograrlo, inclusive, preservarlo aunque sufra. En ello se despuntan momentos de en los que Tommy da lugar a algo que puediera estar más allá de él y que implicara la extraña idea de un destino, del destino de estar con Rebecca como amante. Pero el mismo terminará en el vacío de toda posible teleología adquirida por el simple hecho de existir y esa condición, esa prerrogativa por muy ficticia que sea en realidad, se la reclama a Rebecca desde el limbo de la identidad.
Muy posiblemente, en el silencio de Rebecca hasta el final (pues ella nunca dice quién es él; le muestra la computadora en la que se encuentran los archivos digitales de quién fue Thomas) implica la complicidad con su deseo que, así como calla, no puede hacerse completamente manifiesto porque Tommy mismo está escondido. Cuando él le impreca por primera vez no saber quién es ella o él, Rebecca le responde como si alguien más en él -ése que quien no sabe quién es- estuviera presente, diciéndole: "Estás aquí ... vivo". Pero nunca dice algo al respecto porque lo que quiere es que el deseo se haga manifiesto por sí solo...
Ella habla al deseo en Tommy -al deseo de ella en Tommy- y lo que sucede es la alienación de la que parece surgir el deseo de Thomas por ella, aquél de quien él es clon. Pero no parece ser reconocido por él sino en la confusión y lo que se da es la violación de la madre como autodestrucción (¿inauguración de la identidad?) y como destrucción del deseo de ella.
La pregunta greimasiana por el cumplimiento del objeto se vuelve trivial cuando es el riesgo el hilo conductor del deseo: el riesgo de hallarse, precisamente, con el deseo mismo. Sin embargo, el encuentro es expelido en la violencia, de alguna manera, consensuada. Y aún así, las cosas no se hacen más ciertas. La incertidumbre, conducción espetral del deseo, está ahí.