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Escribir como pulso de una otredad incidente

Escribir no es (sólo) un oficio. Declaración que se alimenta de un hecho: existen muchas cosas sobre las cuales escribir. Todo, a secas, con la ambigüedad que esto representa. El problema no es escribir con cierta técnica --y aún con cierto estilo--, sino que se den: la escritura como acto, las implicaciones semánticas, los rizomas, las afecciones.

La «palabra perfecta» debería ser un eufemismo para «la palabra que enuncia» porque enunciar, en su sentido pragmático, es un acto. Pero quitando el símbolo y el estatuto de representación, enunciar es una primera acepción en contraste con «expresar». La ex-presión alude al símbolo de la dualidad «alma/cuerpo» y el binarismo «interioridad/exterioridad» como ejes de la representación de lo real. Pasan de largo por lo inmediato, el instante, cuyo Lo soslayan.

La «expresión» implica algo subyacente y co-sustancial al «alma» (cierta interioridad) y que no parece cambiar nunca. Es una esencia. Se trataría de buscarla hasta hallarla y explorar sus «secretos», etc. Pero la cuestión de este imaginario romántico (en su sentido estético), muy útil para lo simbólico, es su carácter estático y lo único que puede mover a la diversidad de sus sentidos posibles es la interpretación. En esta capa de sentidos el riesgo está en volverse hermenéutica, en tanto existe una relación entre el «horizonte de la interpretación» y el acomodo de las interpretaciones a dicho horizonte. Dicho riesgo deriva en la afirmación de la tradición interpretativa misma como total, cierta, cuando comenzó siendo arbitraria (cultural, histórica).

Es, precisamente el instante cuando la afección ocurre. Si la escritura está ligada a este instante, entonces puede haber enunciación, no importa cuán elborado esté el texto. Lo contingente, como dice Julián Serna Arango, se opone a lo necesario. El instante se enuncia en el aspecto del cambio que no es otro que el estar siempre a la deriva, en movimiento, desde un tiempo plural, simultáneo.

Por eso escribir, como tiempo del afecto, no es un oficio. El oficio convive con lo específico, brinda identidad al texto como lo «bien escrito» en el sentido de una gramática que es tomada por útil: comunica. El oficio hace que la escritura sea, en su forma mínima, un telegrama. En su elaboración mayor, un mecanismo retórico entre lo informativo y lo persuasivo.

Escribir no depende de la fórmula y el «estilo característico»; poco menos que un trabajo, poco más que nada. Si es un acto, lo es no como actividad sino como pulsión venida del afecto por lo otro (cualquier cosa que sea esto). Un despunte, un instante, una huella. La escritura, por muy compleja que parezca ya en su forma, viene como aspecto del residuo que es esa otredad incidente.