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El espacio común (no necesariamente público) revela el carácter de su sociedad. De esto se hablaba hace poco en MediaLab en la exposición «Paisajes de (in)seguridad» de Goretti Díaz Cristóbal y Cristina Martínez Aransay, una obra que trata de explicar algunos de los miedos e incomodidades que sufren las mujeres en las ciudades y los barrios. En «La ciudad de los cuidados«, la doctora en arquitectura Izaskun Chinchilla analiza detalladamente mediante experimentos y ejemplos de urbanismo cómo, entre otras cosas, la facilidad de los coches y la producción en las ciudades son preferentes al desarrollo cognitivo y seguro de sus habitantes más jóvenes y en general preferentes al desarrollo de comunidades y bienestar. Explica cómo (en una muestra reducida) una serie de niñas y niños demuestran visión espacial y orientación necesarios para ubicarse y moverse en la ciudad mucho antes de la edad con la que es prudente dejarles pasear sin acompañantes adultos. Del tema de fomentar un urbanismo menos depredador y más sociable habla Pablo Sendra analizando la obra de Richard Sennet en «Diseñar el Desorden«. Habla de la obsesión por la producción y la vigilancia masiva, la tensión a la que se someten los barrios que condiciona (tan sólo a través del espacio) la calidad de vida de las vecinas.
parte de la exposición de "espacios de inseguridad"
Pablo Sendra menciona la tecnología libre en las últimas páginas de su libro pues habla del aprovechamiento de la tecnología para arquitectura y urbanismo, en donde incluye los espacios verdes, la reutilización de agua de lluvia y las vecinas que tienen capacidad de decisión sobre los espacios comunes. Para las personas implicadas en la comunidad de software libre, la relación entre el uso y desarrollo de éste está vinculado a todas las teorías de urbanismo responsable. La palabra clave se centra en comunidad. Hablar de la tecnología como una herramienta al servicio de la comunidad, cuya soberanía y desarrollo es accesible, solo se comprende a través de las licencias libres. Del mismo modo que Izaskun teoriza sobre crear espacios comunes seguros centrados en el desarrollo vital de las personas y no en el consumo, los espacios digitales tienden a encerrarnos en una espiral de información obsesiva y rápida. Trasladar parte de las teorías de urbanismo responsable al desarrollo del software libre puede ser una forma de por un lado tender puentes entre disciplinas, y por otro centrarse en el bienestar de las usuarias más que en los retos de la tecnología de moda.
Repensar los espacios digitales y adaptarlos a un pensamiento menos obsesivo puede crear discursos más pausados. Por ejemplo, Sendra plantea (teniendo en mente obras como ‘Building and Dwelling‘ de Sennet) espacios móviles, cambiantes, flexibles y dependientes de una organización de comunidad. Es decir: en lugar de plantear espacios individualistas altamente vigilados en las ciudades, plantea espacios comunes casi «inacabados» cuyo desarrollo dependa del vecindario que pretenda usarlo. Estos espacios serían modulares y permitirían cambiar su objetivo acorde con sus usuarias: un cineforum de barrio, un centro de reunión para tomar decisiones que afecten al vecindario, un sitio donde jugar al ajedrez, o una sala de presentaciones. Mediante paneles dispuestos en esos hipotéticos espacios, podrían reservarse, asignarse actividades, o anotar cosas relevantes (ideas, cuestiones)… básicamente Sendra habla en este apartado de promover la autogestión de los espacios (entre otras muchas cosas) para hacer a los barrios responsables de su entorno y más activos socialmente, por delante de las actividades a ocio consumista.
Este concepto de espacios libres puede ser análogo de lo virtual, esta comparación interesante para replantear y reformar lo que ya encontramos por las páginas del Fediverso: espacios «inacabados» y flexibles (como los nodos de varias redes sociales), cuya soberanía la tienen sus propias usuarias y su evolución está marcado por el cambio de éstas, y no al revés. Es decir: son las usuarias las que adaptan las plataformas a su situación y contexto, y no es la plataforma la que marca el ritmo de uso. Lo más interesante de este planteamiento, además de crear un espacio más responsable y menos dependiente del capricho de las empresas, es que en este caso las minorías no quedan aplastadas por los algoritmos de consumo, si no que tienen un espacio de desarrollo sin prisa y sin presión. Dispuesto para experimentar y crecer con la autoría descentralizada.
Cabe pensar que bajo ese sistema, las minorías violentas y peligrosas también encuentran el hueco que se le censura en los sistemas centralizados. Igual que al pensar en el espacio que describe Sendra cabe el vandalismo. Pero, ¿realmente seria un problema de menos peso que el actual? ¿habría realmente más violencia en estos espacios? Tanto en el proyecto de urbanismo de Sendra como en los espacios digitales libres el desarrollo de los espacios depende del apoyo de la misma comunidad que lo sostiene. Fomenta el desarrollo, en lugar de incentivar su destrozo. ¿Acaso no impulsan los algoritmos actuales (como describe Cathy O’Neil en «armas de destrucción matemática») a imponer una media normativa en un entorno claramente diverso? ¿No se están hundiendo las realidades de las minorías en el tsunami de la información cribada de las redes? (Después de internet, Srinivasan y Fish).
Como conclusión, querría animar a repensar los entornos digitales libres no sólo como la «alternativa» si no como «el cambio» factible, y que disciplinas tales como la urbanística y la arquitectura pueden inspirar a la comunidad.