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De pequeño, cuando sus padres le llevaban a las fiestas que se hacĂan en fechas señaladas siempre se habĂa fijado en aquellas personas vestidas de rojo, con ese cĂrculo blanco y una cruz roja dentro en la espalda. Ya en el instituto conociĂł a Oscar, el que fuera uno de sus mejores amigos, y un dĂa en la feria de abril, empezaron a hablar sobre entrar como voluntarios en la cruz roja.
Hicieron la formaciĂłn en la localidad vecina y entraron a formar parte de U.V.S.E., la unidad de voluntariado de socorros y emergencias. Constaba de tres equipos y cada uno entrĂł en un grupo diferente, Oscar en el equipo 1 y Jordi en el equipo 2.
El edificio era un antiguo palacete de 4 plantas cedido por una familia adinerada. Antiguamente habĂa sido un sanatorio de tuberculosos, y aquĂ empezaba el misterio.
Los más veteranos solĂan contar a los novatos historias de un fantasma que se aparecĂa en el edificio. Muchos de aquellos veteranos las contaban por que a ellos se las habĂan contado cuando eran novatos, pero realmente no sabĂan de quĂ© hablaban ni de si eran ciertas o no. Oscar y Jordi escuchaban aquellas historias con gracia, ninguno de los dos creĂa en estas cosas.
Con el tiempo Oscar iba cada vez menos a las guardias y cuando iba se limitaba a acudir a los servicios de su grupo. Jordi por el contrario mostrĂł un gran interĂ©s y acudĂa a casi todas las guardias de todos los grupos y poco a poco fue integrándose de tal manera que contaban con Ă©l para servicios intersemanales y para guardias en ambulancia. Conciertos, partidos de fĂştbol, de básquet, gimcanas, actos culturales, ruas de carnaval o de Reyes formaban parte de los servicios normales y con el tiempo lo iban llamando para incidencias de más gravedad: incendios en ciudad, incendios forestales, guardias en ambulancias nocturnas, simulacros, etc.
Una noche tuvieron un servicio en un antiguo pabellón del equipo municipal de básquet, utilizado entonces para conciertos o congresos públicos. Esta vez tocaba concierto de varios grupos de rock y heavy.
La noche fue muy tranquila, desmitificando aquello de la agresividad de estos grupos. Finalizado el acto regresaron a la base a dejar el material. Al dĂa siguiente tenĂan guardia, como cada domingo y como ya era tarde decidieron quedarse en la base a dormir.
Mientras hacĂan sueño iban contando historias, y por supuesto, saliĂł a colaciĂłn el tema preferido, el fantasma. Estaban sentados en los sofás del salĂłn principal, separados del patio por una gran puerta de cristal, a oscuras, como solĂan hacer siempre, solo con la tenue luz de una pequeña televisiĂłn al fondo, por lo que el ambiente acompañaba.
— Pero venga, va, que esas historias son para los novatos.
— Que no, que son ciertas, yo he visto cosas— decĂa Yolanda.
— ¿Como cuál?— preguntó Robert.
— Un dĂa estábamos los de incidencias viendo la tele y se encendieron las sirenas de las ambulancias.
— Eso habrá sido algún compañero para gastaros una broma.
— ÂżA las cuatro de la madrugada? Y solo habĂamos cuatro personas y todos estábamos viendo la tele.
— Joder que miedo, yo me hubiera cagado, vamos, que me hubiera ido a casa— dijo Laura.
— Bueno, podrĂa ser algĂşn cortocircuito en la sirena— dijo el incrĂ©dulo Robert.
— ÂżDe las cuatro ambulancias y a la vez? Mira, ya estuvimos varios dĂas intentando buscar explicaciones y no encontramos ninguna.
— ÂżY quiĂ©n es ese fantasma?, quiero decir, alguien que viviĂł aquĂ, o algĂşn cenutrio que hizo ouija o qué— preguntĂł Jordi, que aunque no creĂa en estas cosas respetaba a quien sĂ creĂa y le gustaba oĂr las historias.
— Esto antes era un sanatorio de tuberculosos regido por monjas. Dice la leyenda que una de las monjas se quedó embarazada y que cuando ya no pudo ocultarlo más se subió a la cuarta planta y se tiró al patio— explicó Yolanda.
— Si, es cierto. Cuando dejĂł de ser un sanatorio y se cediĂł a cruz roja, en las obras de asfaltado que hicieron en el patio encontraron cuatro esqueletos, se supone de los que morĂan sin familia. Uno de aquellos esqueletos era de una mujer que estaba embarazada—apuntĂł Laura.
Todos giraron la cabeza a su derecha hacia el patio, del cual solo les separaba una vidriera con puerta de cristal. Se hizo un silencio tenso que durĂł unos segundos.
— Además se cuenta que hace años desaparecieron dos voluntarios.
— Seguro que se fueron por patas, jajaja
— ¿Os habéis fijadao en una cosa? Las cuatro de la madrugada, cuatro personas en el turno de noche, cuatro ambuláncias en el patio, cuatro esqueletos encontrados también en el patio...
— Joder, es verdad, que casualidad...
Otro silencio de aquellos incĂłmodos.
— Ostia, pues yo he traĂdo mi walkman, tiene para grabar voz, podemos ponerla en la escalera de arriba y mañana la miramos a ver si hay algo— comentĂł Sergio. Todos los que decĂan haber visto al fantasma coincidĂan en que lo habĂan visto en la segunda planta, al lado de las escaleras.
— Yo paso, haced lo que queráis pero conmigo no contéis— dijo Laura.
— Vale, ve a buscarlo.
Sergio rebuscĂł en su mochila y cogiĂł su walkman.
— ¿Alguien me acompaña?
— Que pasa, ¿tienes miedo?
— ¿Yo? que va, es por si se me aparece y no os lo queréis perder— dijo Sergio sin mucha credibilidad.
La verdad es que estaba cagado de miedo, todos lo estaban. Todos menos Laura subieron a la segunda planta y dejaron el walkman al lado de la escalera y la encendieron. Bajaron al salĂłn y al cabo de un rato se animaron para dormir algo antes de empezar la guardia.
Se levantaron con mucho sueño, entre el concierto de la noche anterior y lo tarde que se fueron a dormir estaban hechos polvo.
Mientras todos se fueron a los servicios del dĂa, Sergio subiĂł a la segunda planta a recuperar su walkman y se quedĂł escuchando la grabaciĂłn, pero no habĂa nada grabado. Cuando regresaron sus compañeros Sergio les dijo que no se oĂa nada en la grabaciĂłn, para disgusto de todos que tenĂan la esperanza de que se hubiera grabado alguna voz.
— Vaya mierda, aquà no se oye nada.
— ¿Pero has subido el volumen? a veces se graban muy bajito.
— Si, claro, pero no ser oye nada, solo el ruido estático de la cinta.
— OĂd chicos, creo que no lo hacemos bien. En un programa de radio que escucho que va de cosas raras y fenĂłmenos paranormales dicen que las psicofonĂas no se oyen asĂ como asĂ, se necesita un programa de audio de ordenador para identificar las ondas y pasar un filtro para aumentar el volumen— dijo Laura.
— Ostia, pues ya miraré por Internet como hay que hacerlo. Estoy seguro de que se ha tenido que grabar algo— dijo Sergio con una sonrisa picarona.
Al cabo de unos dĂas habĂa conseguido aislar un ruido pero no acababa de entender lo que era, no estaba familiarizado con el programa de ediciĂłn de audio que se habĂa instalado y no sabĂa aĂşn como funcionaba del todo.
Pasaron unas semanas y desde base llamaron a Jordi para hacer turno de incidencias nocturnas. El turno empezaba a las diez, pero llegó antes para estar un rato con algunos compañeros antes de empezar el turno.
HabĂa llegado ropa nueva al despacho del responsable de U.V.S E. en la planta baja y se tenĂa que ordenar por tallas y meter en unas cajas, asĂ que Jordi, siempre dispuesto a colaborar, ayudĂł en la tarea.
Cuando acabaron cerraron y se fueron a la bodega "la cepa" para tomarse unos refrescos y Jordi encargĂł los bocatas para la cena de la unidad. Al cabo de un rato se despidieron y Jordi volviĂł a la base, eran ya casi las diez.
Empezó la guardia y fue de lo más tranquila. A primera hora salieron a buscar a un abuelo con hipoglucemia y lo trasladaron al hospital. De vuelta se comieron los bocatas y se pusieron a ver la tele. Locay, el telefonista, entró al salón.
— Jordi, ¿te encargas un momento de la centralita? me estoy meando.
— Si, claro— se dirigió a la entrada donde estaba situada la centralita con los teléfonos y la emisora de radio.
Al cabo de un rato apareció Locay blanco y sudando, sin decir ni una palabra y con una mirada de auténtico pánico.
— ¿Estás bien? Ni que hubieras visto un fantasma— se cachondeó Jordi.
— N... no.
— ¿Qué ha pasado? ven siéntate— se dio cuenta de que no estaba bien. Se levantó para dejar sentarse a Locay mientras le daba aire.
— Joder, me cago en mi puta estampa.
— ¿Pero qué te pasa?— los otros dos compañeros, Emilio y Lidia entraron en la centralita preocupados.
— Su puta madreeeee..... Me estaba lavando las manos y en el espejo he visto una puta monja detrás mĂo, me he girado de golpe y no habĂa nadie allĂ— Locay estaba visiblemente asustado. Todos se miraron.
— Bueno Locay, a veces se ven sombras que parecen...
— Se lo que he visto, y no es la primera vez, asĂ que no intentes convencerme de lo contrario— Locay hacĂa siempre el turno de noche. TenĂa unos 54 años y llevaba media vida en cruz roja. HabĂa visto cosas raras muchas veces pero nunca lograba acostumbrarse.
De repente empezaron a oĂr pasos en el piso de arriba, todos se quedaron quietos mirando al techo, se podĂa escuchar el corazĂłn de todos a punto de salirseles del pecho.
— No creo que sean pasos, estos edificios tan antiguos crujen con los cambios de temperatura y...
— Qué coño, eso son pasos— dijo Emilio. Acto seguido se oyó un golpe fuerte y seco que hizo que todos dieran un respingo.
— Me cago en dios, yo voy a subir a ver que mierda pasa arriba— dijo Jordi.
— Te acompaño— dijo Emilio cogiendo un palo de las camillas que usaba Locay por si alguien entraba a robar, y ambos subieron a la planta de arriba.
Cuando llegaron no vieron nada raro. Los dos iban muy apretados y muertos de miedo. Abrieron la puerta del aula, de donde venĂa el ruido que oyeron abajo y al encender la luz vieron ropa tirada por el suelo y por encima de las mesas. Emilio bajĂł corriendo, cogiĂł de la centralita la llave del despacho del responsable de U.V.S.E. y abriĂł la puerta; se quedĂł blanco. La ropa que hacĂa escasamente 3 horas habĂan estado guardando en cajas en la planta baja no estaba, eran las que habĂa esparcidas en el aula en la planta de arriba.
SubiĂł corriendo las escaleras llamando a Jordi a gritos pero no bajaba. Cuando llegĂł, acompañado de Locay y Lidia, Jordi no estaba. Lo llamaban pero no respondĂa, lo buscaron por el resto del edificio sin encontrarlo. Asustados llamaron a la policĂa. Eran las cuatro de la madrugada.
Ese mismo dĂa, despuĂ©s de haber leĂdo varios manuales por Internet y de hacer varios intentos mediante el sistema de prueba-error, Sergio consiguiĂł dominar el editor de audio. Le pasĂł varios filtros a la grabaciĂłn hasta que por fin pudo descifrar la voz de aquella psicofonĂa que captĂł su walkman. Se quedĂł estupefacto. Enseguida llamĂł al resto para informarles de su hallazgo. Todos pusieron escuchar con claridad lo que aquella tĂ©trica voz femenina les decĂa.
"Jordi está con nosotros"
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