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I itch for disasters -Brian Patten
El deseo, ligado al placer, es también un capricho; la forma feroz de un «desenfreno» que habría de nombrarse mejor como satisfacción. Así: como cumplimiento, más que añoranza. Mediado por un contrato hedonista (Michel Onfray) que no sólo se entretiene con el otro, sino que (contrario a Onfray, ahora) con la fantasía. Sobre todo, en seres fantasiosos como los solipsistas. Qué remedio, Pero, más que incapacidad (de relación con terceros), es, finalmente, un contrato consigo mismo en el que, en el mejor de los casos, no busca ni la satisfacción ni el detrimento de otros (al menos, como premisa).
¿Cómo definir sin lo anterior, esa «comezón» por los desastres como deseo? Uno no pragmático, sino locamente idealista: el «peligro» en el que uno mismo se sitúa por amor a (...) no quedarse quieto. Aunque eso implique, para el solipsista, un quiebre de su solipsismo. Sucumbir, a pesar del dolor; entregarse (de nuevo, Jankélévitch) a la aventura por aventurosos e ir, también, hacia un contrato hedonista (a la manera de Onfray, de nuevo), también, con el mundo.
Coqueteo con las circunstancias; que las genera o las permite, cual oleaje playero. Quebrar la impavidez a favor de un vitalismo: estrellas «bebé» dentro de una nebulosa. En una analogía pronta, la nebulosa es el germen que espera el desastre, la acumulación de energía y materia que da lugar a la primera de muchas explosiones hasta el natural colapso (en millones de años, claro está).
El desastre, que puede considerarse como lo que acerca rápidamente al final, es, en realidad, apreciado como lo que abre un momento inquietante; que pone en estado de alerta en la delicia de considerarse pasajero y adentra en condiciones que reformularían el presente: gusto por el riesgo. El desastre se erige, pues, como su resultado; el riesgo es su bienvenida,su introducción.
Desde un principio, desastre, («suceso infeliz y lamentable», palabra occitana y, como tal, romance), es «el que tiene mala estrella» y, luego, «catástrofe»; «desgracia», vocablo frecuente de la lírica trovadoresca, derivado de astre, 'astro', '(buena o mala) estrella'; desastrado
(Corominas, J. Diccionario critico etimológico castellano e hispánico v. 1, A-CA, pág. 385.).
Así, pues, añorar el desastre implica añorar la caída de lo establecido: amor -digamos, en una definición cercana a este propósito- por el fin o la catástrofe de algo que está establecido; una rutina, un estancamiento; dar la mala estrella a eso que es, bajo esta perspectiva, algo desastroso. Buscar la estrella adecuada al nuevo suceso.
Lo nuevo; lo fresco, como esa relación amorosa de la que el deseo es conductor:
Emotional landscapes, they puzzle me. The riddle get solved, and it push me into a state of emergency. Is where I want to be (Björk - «Joga», Homogenic, 1997).