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«Fell on Black Days» o el inconveniente de haber nacido (1)

Este peso que se carga por existir y que se entrega hacia la nada como final camino, en una determinación que se cumple desde los inicios de una entropía inexorable, es él mismo pathos (¿qué más?); algo ya implicado. "Adversidad", ese gran nombre con el que comienza la aceptación de las miserias propias.

La desgracia personal es lo único que vale la pena contar si es que nunca se ha contado algo y no por recordarla sino para hallar algún sentido, acaso por regodearse en el dolor. Como toda historia, sobre todo la historia del dolor personal, de lo que ha parecido insuperable.

Así, la historia más antigua de esa ejemplaridad: Job, quien lamenta:

[...] el temor que me espantaba me ha venido / y me ha acontecido lo que yo temía (3:25)

Y las primeras palabras de la canción de Soundgarden «Fell on Black Days» le hacen eco:

Whatsoever I've feared has come to life.

Sin duda, es algo que recorre el mundo desde tiempos antiguos (este recorrido que se parece al que informa a Dios sobre el mundo mismo).

El genio del libro de Job parte de esa fisura con la condición de bienestar adquirido y que es la de desnudez (y su fin similar) sobre el cual hace gala la sabiduría oriental desde entonces, pasando por la Danza de la Muerte; los poemas de Nezahualcóyotl; la poesía barroca que alaba la fugacidad de la belleza, hasta esta canción a finales del s. XX...

How could I know that this could be my fate?

Pregunta, a la que Job, en el comienzo de su discurso - digamos - responde, maldiciendo acertadamente el día en que vino a la vida, «porque no me cerró las puertas del vientre / y no escondió a mi vista tanta miseria»:

¡Muera el día en que nací / la noche que dijo: «Han concebido un varón»!

Interesante que diga «muera», como si ese día estuviera presente. Día patente (¿en una fuerza vital?) cuyo signo claro es Job mismo. Día identificado con Job, no como medida temporal, sino como carácter existencial. Si no, abolirse a sí mismo no resonaría en la queja: «¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas?» (v. 11). El día inaugural del adveniminto de Job debería morir, como Job desea o, mejor dicho: hubiera deseado que sucediera. Job prefiere no haber nacido, aunque no por eso es un suicida; espera todavía hablar con su juez; reclamar el derecho de réplica.

Tal vez, por ello mismo, en esa misma actitud, la voz cantante de «Fell on Black Days» termina (se resigna a dejar que las circunstancias mismas se propongan de otra manera):

I'm sure don't mind a change.

Sin embargo es a partir de y mediante esa postura (de «el mal está ya hecho») que no queda más que soportarlo, a manera de un castigo injustificado - o justificado -, a manera de resignación por la vida como un malestar. «Caí» en días aciagos, es que se trata de algo temporal. No es una actitud ante la vida, sino un mal pasajero. La vida trae altibajos. Aquí no se cuestiona el sentido del mundo ni de las cosas, sino que se asumen como padecidas en la espera posible de un cambio.

Pero se abre la puerta a mayores reflexiones, desde las preguntas de Job, sobre el sentido de la existencia para llegar al dolor, casi como si fuera una sorpresa, una decepción inesperada... ¿Para eso vine; para sufrir? Una afirmación que se afirma no desde la fugacidad de la vida («cualquiere tiempo passado fue mejor» -J. Manrique), sino desde la ocasión desafortunada del desconcierto y el desconsuelo; ni siquiera por la vida, sino por el presente.

La máxima de Shopenhauer suena casi optimista: «Si nuestra existencia no tiene por fin inmediato el dolor, puede afirmarse que no tiene ninguna razón de ser en el mundo» (El amor, las mujeres y la muerte p. 57) y este retrotraerse al tiempo en que toda individualidad se hace presente a sí misma siempre lejos del momento del nacimiento, la culpabilidad sobre este asunto no existe.

Es algo completamente irónico, sobre todo,cuando parece que estamos hechos para dolernos buscando la mejor forma de hacernos sufrir. Sufrir podría ser un deleite. «I'm sure don't mind a change» es la frase de una víctima que no le importaría - tampoco - (don't mind) quedarse como está. Esto, que parecería ser casi un oficio, en realidad es una versión de lúcida impotencia:

Cuando cada cual haya comprendido que el nacimiento es una derrota, la existencia, al fin soportable, aparecerá como el mañana de una capitulación, como el alivio y el descanso del vencido. (E. Cioran. Del inconveniente de haber nacido).