(texto publicado originalmente en un hilo en Mastodon el 15/5/2024)
Estos días se están cumpliendo 200 años del estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven, esa obra que muchos consideramos la más importante de la historia de la música.
Fíjate que he dicho más importante, no la mejor, porque ahí estaríamos entrando en gustos personales. Me refiero a que es la obra que ha dejado la huella más profunda. Es la primera vez que la música deja de ser un divertimento, un aderezo para fiestas, coronaciones, misas, etc. para convertirse en un medio para hermanar a todas las personas y naciones, para expandir las ideas de la Ilustración y para, en definitiva, cambiar el mundo.
No quiero hacer esto eterno, así que voy a saltarme todo eso que muchos ya conocéis: la sordera de Beethoven, el estado deplorable de aislamiento en el que vivió, las circunstancias del encargo de la obra y de su estreno, su éxito clamoroso, etc. Todo eso, siendo muy interesante, no es definitivo para lo que quiero desarrollar.
Sí es importante, en cambio, conocer el momento histórico en que nos encontramos. Han terminado las guerras napoleónicas, y Europa está muy dañada y harta de tanta guerra. Beethoven es un firme defensor de las ideas ilustradas: libertad, igualdad y fraternidad. Se había sentido traicionado cuando Napoleón se había proclamado emperador, y ahora que el tirano había caído era el momento de relanzar al mundo esas ideas.
Para ello, escoge un poema de Schiller que es perfecto para ese fin, y se propone crear el más bello canto a la hermandad entre los seres humanos. Una obra tan extraordinaria que nadie pudiera ignorar. El canto a la paz más atronador.
¿He dicho canto, poema? ¡Las sinfonías no tienen canciones! Nadie había hecho nunca una sinfonía con cantantes. Beethoven lo tenia claro: si nadie lo había hecho, daba igual, tenía que inventar un nuevo tipo de obra sinfónica. Y para ese canto de hermandad universal no bastaba con un solista, ¡iba a ser una coral!
Los tres primeros movimientos son maravillosos. Podrían ser por sí mismos una sinfonía magnífica, pero en este caso solo son el calentamiento para la coral del final, que es lo que hace de esta sinfonía una obra irrepetible. Por eso, voy a centrar mi análisis en este cuarto movimiento.
El movimiento casi llega a la media hora, que es más de lo que duran muchas sinfonías clásicas al completo. Tampoco es clásica su estructura, que no termina de encajar en ninguna de las formas habituales, ni se pueden distinguir claramente las típicas partes de exposición/desarrollo/reexposición.
Digamos que a Beethoven todo eso se le quedaba pequeño para expresar su programa colosal de búsqueda y encuentro con la Humanidad. Así que voy abrir diseccionando por trozos, citando el minuto y segundo de cada uno en una versión concreta.
La versión que he elegido no es cualquiera. Es una de mis favoritas, con el significado especial de ser una orquesta formada por músicos árabes e israelíes, dirigido por Daniel Barenboim, judío nacionalizado israelí y palestino. Está claro que no puede haber una obra más adecuada para simbolizar la tan ansiada (y tristemente lejana) paz y amistad entre ambos pueblos.
Los minutos citados corresponden a este vídeo:
Beethoven: Symphony No. 9 | Daniel Barenboim & the West-Eastern Divan Orchestra
Quiero advertir que no soy músico ni musicólogo. Soy un aficionado que lleva desde pequeñito escuchando esta obra. Aunque he leído bastante sobre ella, no soy entendido ni mucho menos, y todo lo que voy a volcar son mis impresiones particulares.
47:10 Comienza el cuarto movimiento. Después de la tranquilidad que nos había sumido el adagio del tercero, un fuerte sobresalto se encarga de despertar a los que se hubieran quedado adormecidos. Está claro que esto no va a ser tranquilo, ni mucho menos.
Tal y como va a repetir en varios pasajes, utiliza los instrumentos mas graves, contrabajos y chelos, para introducir los temas principales, dándoles solemnidad. El resto de la orquesta, con unos toques enérgicos, trágicos, nos recuerdan de dónde venimos: el horror de la guerra.
48:05 Los compases inquietantes del primer movimiento son el comienzo de un paseo recopilando distintos pasajes que habían sonado durante la sinfonía. Según dejó por escrito el propio autor, se trata de una búsqueda. Es un resumen del proceso que obsesionó a Beethoven hasta encontrar la melodía perfecta que sirviera como canto global a la paz y la alegría. Los distintos pasajes (también el que será el elegido) van entrando en escena, como revoloteando, y son pronto descartados, representando esa búsqueda.
50:30 De nuevo los contrabajos y violonchelos entran solemnemente, esta vez para interpretar por primera vez completo el tema principal de la Oda a la Alegría. Lo hacen bajando el volumen, como si fuese una revelación remota que va acercándose. En su versión, Barenboim lleva esto al extremo, y vemos en el vídeo como los intérpretes se afanan en extraer el mínimo sonido a su instrumentos, mientras el director está casi en éxtasis.
La entrada progresiva de los instrumentos, hasta el clímax final es absolutamente arrolladora. En ese momento de máximo esplendor son los vientos los que toman la melodía, y el resto marcan el ritmo con firmes golpes como si estuvieran marchando hacia su destino. Beethoven ya nos tiene donde quería.
54:11 Unos segundos de flautas casi pastoriles se ven truncados bruscamente por tambores y trompetas que no anuncian nada bueno. La amenaza de la guerra vuelve a paralizar los corazones. Pero, no será esta vez. Una voz firme se alza cantando a la alegría, y las trompetas cesan.
¡Oh amigos, no esos tonos!
Entonemos otros más agradables y
llenos de alegría.
¡Alegría, alegría!
Igual que antes en el instrumental, Beethoven busca los sonidos graves y solemnes para las primeras estrofas. El bajo René Pape hace una interpretación magistral. La melodía se detiene y juguetea alargando las palabras Freunde (amigos) y Freude (alegría).
¡Alegría, bella chispa divina,
hija del Elíseo!
¡Penetramos ardientes de embriaguez,
¡Oh celeste, en tu santuario!
Tus encantos atan los lazos
que la rígida moda rompiera;
y todos los hombres serán hermanos
bajo tus alas bienhechoras.
El coro se le une repitiendo las palabras del bajo, y pronto entran el resto de solistas: Angela Denoke (soprano), Waltraud Meier (mezzo) y Burkhard Fritz (tenor). Los cuatro no cantan al unisono, sino que entrelazan sus voces en una obra de orfebrería musical maravillosa.
Quien logró el golpe de suerte,
de ser el amigo de un amigo.
Quien ha conquistado una noble mujer
¡Que una su júbilo al nuestro!
¡Sí! que venga aquel que en la Tierra
pueda llamar suya siquiera un alma.
Pero quien jamás lo ha podido,
¡que se aparte llorando de nuestro grupo!
Se derrama la alegría para los seres
por todos los senos de la Naturaleza.
todos los buenos, todos los malos,
siguen su camino de rosas.
Ella nos dio los besos y la vid,
y un amigo probado hasta la muerte;
Al gusanillo fue dada la Voluptuosidad
y el querubín está ante Dios.
El coro va repitiendo el final de cada estrofa, en un diálogo de extraordinaria belleza y emoción. El clímax repite las palabras Vor Gott (ante Dios), cada vez más agudo, en una ascensión a los cielos. ¡En este momento, quien no tenga los pelos de punta es que no tiene sangre en las venas!
58:25 Llega el silencio, después de tanto éxtasis. Se oye acercándose la misma melodía, pero en forma de marcha militar. El significado político es claro: los ejércitos deben unirse al canto por la paz y marchar al unísono con la sociedad civil.
El tenor sigue con el poema, y se le unen las voces masculinas del coro. Para mí, son las voces de los soldados (ojo al cuarto verso, que lo repiten varias veces).
Alegres como vuelan sus soles,
A través de la espléndida bóveda celeste,
Corred, hermanos, seguid vuestra ruta
Alegres, como el héroe hacia la victoria.
59:55 Un intermedio con la orquesta tocando frenéticamente, como si fueran presa de la excitación. Cuando paran, las trompas suenan varias veces, como llamando a todos a unirse. Y entonces, estalla el coro cantando a todo gas lo que hoy es himno de la Unión Europea:
¡Alegría, bella chispa divina,
hija del Elíseo!
¡Penetramos ardientes de embriaguez,
¡Oh celeste, en tu santuario!
Tus encantos atan los lazos
que la rígida moda rompiera;
y todos los hombres serán hermanos
bajo tus alas bienhechoras.
Fíjate en la cara de Barenboim cuando por un momento se relaja y esboza una sonrisa, como diciendo: "lo hemos conseguido".
Es el momento cumbre de la música mundial.
1:02:20 La música se detiene solo un instante, y siguen los versos, pero ahora como coral religiosa.
¡Sean abrazados Millones!
¡Este beso al mundo entero!
Hermanos, sobre la bóveda estrellada
Debe habitar un Padre amante.
Las voces se van elevando más y más, hasta que las sopranos llegan a lo más alto. Dios también se une a los hombres en el canto a la paz y la amistad. Se cierra el circulo entre lo humano y lo divino.
¿Os postráis, Millones de seres?
¿Mundo, presientes al Creador?
Búscalo por encima de las estrellas!
¡Allí debe estar su morada!
1:06:05 Las voces masculinas y femeninas entrelazan versos en una variación maravillosa del tema principal, con los vientos replicando y los timbales marcando el paso de la Humanidad por fin hermanada. Apoteosis.
1:07:34 La sinfonía podría haber acabado aquí y aún hubiera sido gloriosa. Pero no es suficiente para Beethoven, que nos tiene reservados, no uno, sino varios finales apoteósicos más. Está empeñado en crear algo que trascienda los siglos y deje a todos sin aliento.
Vuelve por un momento de nuevo el aire religioso, y otra vez las voces elevándose en las notas más altas.
1:08:25 Vuelven los solistas con bellísimos melismas que siguen elevándose hasta notas increíbles.
1:10:40 Barenboim hace un gesto de silencio y todo se para. El público está ya bien maduro para la gran coda final.
El sonido va surgiendo como una locomotora que se pone en marcha, y ya estamos en la recta final. Éxtasis total con el coro y la orquesta dándolo todo.
De nuevo una pequeña paradita para recordar el tema religioso durante unos breves segundos. Beethoven está jugando con nosotros y parece que no quiere terminar nunca.
Por fin, el último verso (¡Alegría, bella chispa divina!) y el final apoteósico. Los ecos de lo que acabamos de escuchar resonarán por los siglos de los siglos.